martes, 8 de enero de 2008

Palabras Escritas Nº 1 tercera parte




Palabras Escritas Nº 1 tercera parte





DOS SONETOS



Pepa Kostianovsky



Niña




Te asustan estos años ya presentes

y te acobardan las asignaturas

que aun te quedan pendientes.

Te asalta la premura.

Estás entre confusa e impaciente,

te miras y te ves como vacía

Y en la maleta sólo hay a tus ojos

desilusiones y melancolía.

No te das cuenta que estás en cubierta

y el barco está zarpando, niña mía,

con el bagaje de tu rebeldía

y con la libertad de tus antojos.

El mar inmenso es la ventana abierta

a la que no asomaste todavía.


Ahora que la vida está en ocaso,

sin que mermen albricias ni quebrantos,

me queda el árbol que regaron llantos

Y la huella imprecisa de mil pasos.

Miro el ayer de la pasión sin hora,

del sentimiento que fue carne viva,

del pecho roto y la mirada altiva,

del sexo en fiesta y la gentil demora.

Esta ingrata memoria que desprecia

los detalles, los rostros y los nombres,

se aferra al goce de la voz del hombre,

la sal de su sudor. La mano recia.

La lealtad es al cuerpo un tonto extraño,

que reemplaza el instante, con los años.







La reina de la música



Pilar Muñoz Romano




Te vimos llegar y al principio sólo supimos que venías, Yolanda. Estábamos deshilando la alegría de la adolescencia y era noviembre.Te vimos llegar y supimos también que siempre renguearías un poco. Lo sabíamos de antes, pero teníamos la audacia de la primavera trepada hasta las sienes y te dijimos Yolanda, ¿querés que te anotemos como candidata a reina de la música?
Era el día de Santa Cecilia y la escuela a la que íbamos había organizado un festival en la plaza. Seguro que te acordás. Vos estabas entusiasmada con la fiesta, pero temías no conseguir permiso para ir. Al final, se elegía a la Reina de la Música por aplauso del público. Dale Yolanda, vas a ver que salís por lo menos segunda princesa. No digan tonterías, para qué voy a ir si ni siquiera camino bien y miren la ropa que tengo.Los naranjos agrios que bordeaban la plaza nos miraban, indiferentes al hecho de que nadie recogiera sus frutos. Pero había esperanza en esos árboles, tan puros, tan celosos, tan extraños.
Dale, Yolanda, lo único que tenés que hacer es estar parada en la tarima con las otras candidatas. Te vamos a aplaudir como locas. Si pero la ropa, además si mi viejo se entera me va a dar una flor de paliza, ésa sí que va a ser la reina de las palizas, él no quiere saber nada con eso de reinados y cosas por el estilo, es a la antigua ustedes saben. Algunos duendes deben haber apresurado nuestra voz, haciéndonos cosquillas en las cinturas ingenuas.
Dale, nos cruzamos hasta lo de Gladys, te presta una blusa y listo. ¿Cuál, la rosada con puntillas? debe ser cara ésa. Te la presto igual Yolanda.Es difícil no disfrazarse, sobre todo cuando la tristeza te llega hasta los huesos.-Aquí están las participantes candidatas a Reina de la Música, Fulana, Mengana y Yolanda Alcaraz A veces me parece volver a escuchar el anuncio, empeñado en remontar calendarios.Con amorosa tiranía en los ojos te mirábamos, Yolanda -¿vieron cómo se le notan bien los pechos?- Te aplaudíamos casi con furor y la gente nos acompañaba -sí, por lo menos segunda princesa- y el entusiasmo hizo que no nos diéramos cuenta del momento en que desapareciste de la tarima. Quedamos absortas, detenidas en la punta de un asombro.
Seguramente la pierna mala hizo que te cayeras, pensamos. -Por favor, que no se lastime, que no se vaya, que no se evapore, porque no formará una nube perfecta-.Era tu padre quien te había bajado de un tirón. -¡Se la lleva a los sopapos, miren! ¡Pobre Yolanda! El viejo debe haber oído desde la casa cuando la nombraron por el micrófono-.
Como si la cosa transcurriera en un escenario lejanísimo y grave, que en realidad sólo estaba en el centro de la plaza, vimos a tu padre arrancándote de un manotazo la blusa rosada. Y a vos corriendo entre la gente, sin nada arriba, tratando de cubrirte el pecho con los brazos.
Ya empezaba a verse la luna en el cielo y nos pareció que se asomaba boca abajo. Y no supimos qué hacer con los desechos de ese naufragio que ocurrió cuando te aplaudíamos, Yolanda.
Mamá, vos sabés algo de esa mujer borracha que anda por la plaza, se quita la blusa y grita parada sobre un banco ¡soy la reina de la música! No puedo contestar porque mi mente se llena con la visión de una adolescente que cruza la plaza con los pequeños pechos desnudos, como pichones de torcaza temblando fuera del nido.
Y porque siento que se rasga mi blusa, aunque no sea rosada ni tenga puntillas.
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Las puertas del Paraíso
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Marcelo Fernández
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En los ojos de Francisco quedó cristalizado el resplandor dorado de las "Puertas del Paraíso", aquellas que algunos siglos antes despertaran el asombro y admiración de Miguel Ángel. Sólo que a diferencia de éste, no tuvo oportunidad para comentarlo.
I
Todavía estaba jadeante. Como si toda la ansiedad acumulada durante gran parte de su vida le estallara de golpe. Al fin había llegado al espacio que tanto tiempo cautivó su imaginación, al que prácticamente conocía de memoria por haberlo leído, estudiado y observado obsesivamente a través de innumerables láminas.
Le pareció increíble estar en ese momento frente a sus amadas puertas del Baptisterio de Florencia, con el Domo de Brunelleschi y el Campanile del Giotto a sus espaldas.Pero a Francisco le faltaba, no obstante, el sosiego necesario para gozar absolutamente de aquel momento de su existencia para el cual se había preparado con tanta esperanza como incertidumbre. Es que desde que descendiera del tren hasta el sitio en que se encontraba había recorrido ese trayecto conocido de memoria -sin haberlo pisado antes- con tanta afiebrada rapidez que ahora experimentaba una sensación opresiva de cansancio.
Retrocedió Francisco unos pasos para abarcar una perspectiva más amplia del conjunto de esos relieves bruñidos de las puertas inmortales. Tropezó con los escalones del atrio de Santa María de la Flor, que se elevaba a sus espaldas. Tuvo que apoyarse en los mármoles que anticiparon el Renacimiento para apaciguar el desasosiego que repentinamente lo estaba invadiendo, una suerte de anonadamiento –pensó- seguramente atribuible a las emociones contrapuestas que se fueron amontonando durante años. Se dio cuenta que la presión dolorosa que le estaba comprimiendo el pecho aumentaba y ya casi le impedía respirar.Aquel resplandor del sol del mediodía concentrado en los cuadros maravillosamente burilados por Ghiberti fue lo último que impresionó sus retinas antes de ingresar, lentamente, en una indefinida zona de tinieblas. Cayó doblado, con una brasa que le traspasaba el pecho, como un ovillo inerte a la sombra del campanario.
II
Francisco despertó en un recinto blanco, vestido de blanco, cubierto por sábanas blancas. Si no hubiera sido por ese cuadrado en la pared que mostraba aquel reconocido paisaje que enmarcaba a La Gioconda, habría pensado que estaba flotando en un espacio celestial, a la espera del veredicto final. Las pausadas gotas que se introducían en su arteria y el enjambre de cables que lo envolvían lo ubicaron en la realidad. Agradeció a su Dios personal, al que con singular misticismo le atribuía la inalcanzable y suprema belleza, estar con vida todavía y haber cumplido, aunque sea por un instante, con el objetivo que lo trajo a Florencia. Todavía su difuminada visión estaba estrellada del dorado de aquellas puertas imborrables.A poco comprendió su dramática circunstancia.
Del otro lado del océano, a una distancia inmensa de su madre anciana, de su abnegada novia madura, de su río, de su calle y del patio poblado de jazmines y azaleas. No le quedó otra alternativa que compadecerse de la paradójica situación que estaba protagonizando. ¡Ocurrírsele a su corazón explotar justamente a los pocos minutos de alcanzar la meta con la que se afanó los últimos años de su vida! Había esperado ansiosamente jubilarse como rutinario profesor de Historia del Arte para concretar el viaje que lo ubicara frente a las'"Puertas del Paraíso", de las que habló tanto a generaciones de alumnos durante treinta años, para terminar reducido al estado en que se encontraba. Consideró un verdadero escarnio del destino, difícil de aceptarlo. ¿Era posible que se sometiera mansamente a la posibilidad de retornar derrotado para conformarse con la misma existencia de antes? ¿Acaso podría soportar la conmiseración de sus seres queridos, de sus discípulos y vecinos -todos aquellos que en ese momento estarían comentando la proeza de ese hijo dilecto del pueblo de haber llegado al lejano viejo mundo- hacia el profesor frustrado que tanto se ufanó de su proyecto? ¿No tendría más remedio que enclaustrarse en su patio perfumado, el mismo que protegió sus sueños durante años, para lamentarse y amargarle la vida a sus seres queridos?
De pronto Francisco se sintió calmado, sin dolores, con el techo como único y despoblado destino de su mirada. Contrariamente a lo previsible, el diagnóstico que le dieron no lo sorprendió en absoluto. A pesar de estar desamparado totalmente -su bolso, con sus documentos, había desaparecido cuando lo encontraron inconsciente y él se negó a develar su identidad y procedencia, para no alarmar a nadie- y de no contar con las caricias de las dos mujeres de su vida, había empezado a experimentar una contradictoria sensación de libertad respecto de ellas, de valerse por su exclusiva cuenta y riesgo, lo que nunca antes había saboreado. De no haber sido por el infarto quizá habría recorrido Florencia con muchos cargos de conciencia, con dolorosas nostalgias. Todo lo cual empezó a inducir a Francisco la posibilidad de tentar, perdido por perdido, una actitud heroica y redentora de su mediocre existencia. Valía la pena el riesgo: todo el Renacimiento dormitaba a esa hora a su alrededor.
III
En la soledad de la madrugada repercutieron los pasos inseguros de Francisco entre aquellos edificios que se le aparecían espectrales ante sus ojos todavía contaminados del blanco hospitalario, en claroscuros sorprendentes (¿producto de la aparición paulatina de la claridad solar sobre las grisáceas piedras o del sobrecogimiento interior ante la tragedia que estaba protagonizando?).
Imaginó la sombra de Savonarola persiguiendo su angustiosa marcha.La fuerza de su determinación salvadora le había impedido percatarse de la helada invernal que cubría la noche toscana. Al poco andar -luego de haber dejado el hospital a hurtadillas con lo poco que encontró a su paso para cubrirse- se dio cuenta que el frío ya lo estaba traspasando. Alcanzó, no obstante, la orilla plateada del Arno y, apoyándose en una columna de la recova, quedó embelesado con la imagen del puente viejo despertando entre la bruma. No pudo Francisco sustraerse del recuerdo del inmenso río que lo vio crecer, del otro lado del mundo. Las siete puntas incrustadas en la corriente mansa. La pesca taciturna en el amanecer rosado, los chivatos clavando sus reflejos granates en los remolinos. Lagrimeó al evocar la figura madrugadora de su madre camino del mercado.Con dificultad empezó a recorrer la ciudad mientras el sol despuntaba, iluminando las cimas de los campanarios, torres y tejados. Llegó justo a tiempo para presenciar el momento supremo en que los rayos se posesionaban, cuadro por cuadro, de las escenas bíblicas de las "Puertas del Paraíso" hasta el resplandecimiento total. La emoción que experimentaba acrecentaba la opresión de su pecho casi descubierto. A tientas ingresó a la catedral para recogerse en su penumbra, rodeado de todas aquellas obras de arte por las cuales se había hecho adicto a las iglesias. Pensó Francisco que Dios le estaba extendiendo un manto de protección estética. Evocó, por contraposición, a su buena y prosaica compañera ofreciendo, como se lo había prometido, comunión diaria para que su viaje sea exitoso y regrese junto a ella renovado, más alegre y comunicativo. Un esfuerzo más y llegaría hasta la tumba de Miguel Ángel, donde seguramente caería de rodillas.Pero no pudo. Ni bien traspuso la salida de la catedral necesitó apoyarse en una de sus columnas, resbalándose lentamente hasta los escalones. La pesadez que experimentaba se hacía insoportable, hasta el punto de no advertir que se encontraba nuevamente frente a las "Puertas del Paraíso", como tampoco que estaba bañado por su brillo intenso.
Francisco clamó entonces desesperadamente por la presencia de su madre y de su compañera. Con desesperación deseó regresar al hospital, trasponer el océano e ingresar, humildemente, a su patio perfumado.
IV
Todos creyeron que se había quedado dormido, como tantos. Cuando, muy tarde, se percataron de su absoluta inmovilidad, convinieron en que había intentado incorporarse. Porque allí estaba Francisco, aferrado a la pilastra, en un esfuerzo detenido para siempre, con sus pupilas de oro iluminando la noche florentina.
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INTACTA POESIA
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Miguel Ángel Campodónico
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Para un poeta uruguayo, de cuyo nombre sigo acordándome.
Estás ahí, pronto para salir, lamentándote por el calor que te hace transpirar como si fueras un caballo enfermo, así es como te ves. La camisa pegada al cuerpo, las gotas resbalando por la espalda y por el pecho, hasta las manos sientes humedecidas. Aunque esto de las manos pudiera ser que no se debiera al calor sino a la inquietud que te domina desde que te levantaste. Hoy será el día, hoy podrás darle tu libro, finalmente te conocerá.Te queda tiempo todavía, el suficiente para preguntarte por qué se te ocurrió compararte con un caballo enfermo, debiste imaginar simplemente un caballo, con eso hubiera bastado.
Sí, lo aceptas, transpiras como un caballo. Y basta.
Sin embargo, queda algo en esa figura que no te convence. ¿Será que el nerviosismo por el acontecimiento que vivirás dentro de poco no te permite pensar con la soltura literaria que siempre te ha distinguido? Transpirar parece que no se refiriera a un animal. Sudas como un caballo, eso es lo que en realidad quiso emitir tu pensamiento.
¡Perfecto, ya no hay nada para corregir! Estás ahí, pronto para salir, lamentándote por el calor que te hace sudar como si fueras un caballo.Un calor endemoniado, impropio de la época, un fuego que consume árboles, plantas, flores, un infierno en el que también se achicharran los animales, sean caballos sanos o enfermos, una jugarreta del azar que pretende molestarte justo hoy. Ahora te ves obligado a secarte el rocío que te cubre la frente, esa transpiración sudorosa -¿sudor transpirado, quizás?- que te hace acordar a perlitas brillantes mientras gotean sobre la camisa.'¿Y de dónde salió semejante asociación?
Ni rocío ni perlitas brillantes, pegajosas estrellitas titilantes, así es como querías poetizar a la transpiración que quedaste en llamar sudor propio de un caballo y que también te cubre la frente.Bien, ahora ya estás a punto de emprender el histórico viaje. Te miras en el espejo, te arreglas el nudo de la corbata, te alisas los pelos tan rebeldes, te sacudes alguna pelusa de los hombros y te vas. Bajo el brazo, fuertemente apretado, te acompaña el libro que tuviste la precaución de proteger con un forro de plástico grueso. Antes de ponerlo en sus manos lo librarás de esa funda vulgar, la dejarás caer disimuladamente atrás de un mueble y te despreocuparás por el plástico que algún día descubrirá la limpiadora de la embajada. Ya falta muy poco para que te sientas como un joven noble que es recibido por primera vez en palacio.Caminas directamente hacia la parada de taxis y es el propio taximetrista quien te saca del ensimismamiento al preguntarte a qué calle te lleva. Es que te habías detenido en la escalinata del palacio tratando de sacarte de encima a ese joven noble que se afana por apoderarse de tu personalidad.
No sientes algo ni siquiera parecido. Cualquier camino del pensamiento que quisiera acercarte a lo que crece en tu interior debería remitirte a un templo. De eso se trata, ahora estás bien encaminado, sales orgulloso al encuentro de Dios, llevando la obra que casi los iguala, lo mejor que has hecho en tu vida, un resultado que, por no parecer humano, merece que se lo considere semidivino.
Razón suficiente para que andes por la vida con la expresión característica de los semidioses.Y ya en la puerta de la embajada, quien te vea podrá comentar después que un semidiós que sudaba como un caballo, entró en un templo para ofrendar su inigualable obra, mientras se secaba con la palma de la mano las pegajosas estrellitas titilantes que le humedecían la frente.Estás más calmado, de lo contrario te hubieras angustiado por el nuevo llamado que te llega en este preciso instante, el momento en el cual, después de haber entregado la invitación en la puerta principal, esperas turno para darle la mano al embajador y a su esposa, quienes alineados de espaldas a la pared saludan a cada uno de los invitados que van desembocando en el salón dorado.
No es el mejor momento para que tu pensamiento te desafíe a resolver este problema, pero estás acostumbrado a aceptar sus libertades, después de todo es gracias a su constante vigilancia que puedes escribir con esa formidable contundencia que los críticos mezquinos insisten en ocultar. De modo que, una vez más, lo sigues y adviertes que te arrastra hacia atrás, que tu pensamiento continúa preocupado porque en verdad no tiene la menor idea de si los caballos han sido creados con una frente al estilo de la tuya.
No, tampoco es esto exactamente lo que pretende transmitirte. Lo que quiere puntualizar es que desconoce la palabra que designa esa región de la anatomía equina en la cual se supone que existe algo similar a una frente humana. Alguna palabra debe haber, una siquiera, sigue emitiendo con persistencia tu pensamiento, decidido a acercarte la luz de siempre.
El embajador está mirándote a los ojos y te ofrece el brazo extendido, todo lo cual parece indicar que espera que le estreches la mano. Y mientras le acercas la tuya para cumplir con ese formalismo impuesto por las ñoñas costumbres diplomáticas, sigues cavilando hasta que aceptas que provisionalmente le llamarás testuz a esa zona en litigio del caballo que suda tanto como tú transpiras. De esa manera quedarás en libertad de exprimir rabiosamente cada minuto de la velada que estás a punto de comenzar. Por eso haces bien en no distraerte con las señales de alerta que nacen en tu cabeza, realmente no te sientes en condiciones de considerar el asunto de si exprimir cada minuto resistiría un análisis profundo en el contexto en el cual se ha insertado. Lo único seguro es que Él se acerca y que te lo van a presentar. Aunque tengas empapada la testuz. Es decir, la frente.Lo miras venir, aprietas el libro y te olvidas de que antes de dárselo deberías quitarle el forro, desnudarlo para que su alma, que en realidad es la tuya, es decir, la de su creador, quede dolorosamente expuesta como una fractura. Ese atormentado desgarramiento que siempre ha sido tu poesía.¡No, por favor!, ¡ya lo tienes enfrente!
No importa si pudiste encontrar metáforas más conmovedoras que desnudar el libro y la fractura expuesta del alma. Si es que se trata de metáforas, claro, porque podrías estar en medio de tropos diferentes y si algún crítico vernáculo te sorprendiera pensando con errores, inmerso en tantas dudas, estarías perdido. Y ni hablar si fuera Él mismo quien te descubriera. Es necesario que dejes de investigar si lo que harías sería desnudar el libro y si el alma de tu obra quedaría tan a flor de piel que parecería una fractura expuesta. Lo mismo debes hacer con la pregunta de si estás o no frente a casos de metáforas. A quien tienes a tu frente es a Él, sobre esto no puede haber dos opiniones. Y será mejor que cierres los ojos para no ver ese a flor de piel que saltó como una rana dentro del charco de tus pensamientos.
¡Basta!
Tampoco sentiste croar a rana alguna, no hay tiempo para perder con los batracios. Sí, es verdad, pertenecen al orden de los anuros, no es que se quiera dudar de la solidez de tus conocimientos.Sería necesario saber por qué cuando Él termina de saludarte y tú deberías contestarle pronunciando tu nombre, agregando de inmediato un convincente "es un placer que he esperado toda mi vida", inesperadamente le tiras encima las hilachas del penúltimo entrevero de tu pensamiento con la grave cuestión de los tropos.-Yo sé que es probable que haya entusiastas y hasta fanáticos de la metonimia, puede ser, no voy a discutir ahora en la embajada si enriquece la poética individual o la limita, pero lo que sí le aseguro es que de ninguna manera aceptaría que me considerase un obsecuente de la sinécdoque o del tropo que fuere, nunca me sentí atado a muletas que pudieran trabar el libre tránsito de mi poesía. Él no cambia su expresión de estupor ni cuando le entregas el libro. Lo agarra, es verdad, pero también es cierto que no desvía los ojos del grueso forro plástico, a pesar de que tu aclaración debería bastarle.-Lo hice para protegerla, de modo que mi poesía llegara a sus manos incontaminada.Y aun considerando que de inmediato te dedicas a explicarle la razón última de tu libro, a qué arcano quisiste manotear con tu lírica imaginación y de qué forma la poesía brotó de tu interior desparramándose por las páginas en blanco hasta que comprendiste que el nacimiento se había producido, no hay caso, Él no quiere dejar de mirar alternativamente tu cara y el forro. Y mucho menos -esto es evidente- tiene la intención de cerrar la boca, sigue con ella abierta y la fuerza hasta límites inverosímiles, especialmente cuando le arrebatas de pronto el libro de las manos, le arrancas el forro -para tu tranquilidad provisional quizás deberías permitirte pensar que lo desnudas- dejas caer el plástico al suelo y lo pateas ostensiblemente hasta hacerlo desaparecer abajo de un sillón. Y al devolverle el libro, otra vez te rindes a la fuerza de una explicación esclarecedora.-En verdad, es recién en este momento único cuando pongo mi poesía bajo su protección. Ya lo dejaré a solas con ella, pero antes de conocerla íntimamente deberá atravesar el puente de mi admiración por la suya.Es preocupante que no te quede claro si Él entiende que la alusión poética al puente -acertada figura, sin duda- significa que te gustaría que leyera la dedicatoria delante de ti, que sería la realización de un sueño, que hace mucho que lo deseabas. Y tampoco te ha quedado claro si Él intuyó el valor de la obra que le acabas de regalar.
Por eso, cuando te dispones a hablarle nuevamente de modo que tome conciencia de quién eres, lo que recibes es un violento golpe en el plexo solar al escuchar que se disculpa porque debe hablar con el embajador.
Aunque también es verdad que suaviza el instante, quizás arrepentido por abandonarte de modo tan abrupto, y te dice, por primera vez sonriente, que el tropo que más lo seduce es la metáfora. Y agrega algo realmente inesperado.-La que me fascina es "la primavera de la vida". ¿Sabe por qué? Siempre me ha parecido extraordinariamente original.Después sí, te da la espalda, anda unos pasos y se pone a conversar.
De pronto, se interrumpe, se da vuelta, admite casi gritando que también a Él le ha sucedido, que muchas veces no tuvo más remedio que manotear el arcano, hasta con las dos manos a la vez, se ríe y vuelve a lo suyo. Puedes sentirte feliz, tu explicación prendió, ya lo ves.El libro se lo llevó, menos mal. Aunque no pudieras volver a hablar con Él, estás seguro de que en algún momento, cuando tenga un minuto de tranquilidad, lo abrirá, andará primero por el puente que construiste con tanta devoción, y finalmente se introducirá en tus irrepetibles poemas. Entonces, estará a tu merced, ya no podrá resistir el magnetismo de tu poesía, quedará atrapado para siempre. Con ese simple acto habrá descubierto la estatura del hombre a quien conoció en la embajada.
Al fin de cuentas, así debe ser. Las palabras escritas, las tuyas al menos, resultan más elocuentes que las habladas, por algo eres un poeta.El whisky te ayudará a planificar tus próximos pasos, no debes pensar ni en el calor que ha quedado afuera borrado por los aparatos de aire acondicionado ni en lo sorprendente que te ha resultado que Él considerase original la expresión "la primavera de la vida". Eso es lo que tienen los grandes. Van sembrando sorpresas a cada paso. ¿Este sentido figurado de sembrar también lo considerará original? En cuanto lo tengas cerca se lo preguntarás. Y de paso podrás aprovechar para preguntarle qué es lo que opina, si es que quiere hacerlo públicamente, por supuesto, sobran los malintencionados en estas reuniones, sobre el sentimiento que tuviste de haber recibido un violento golpe en el plexo solar. Si así, tal como te viboreó en la cabeza, estaría bien pensado para una poesía íntimamente personal, si más allá de la arteria aorta ventral, del gran simpático y del nervio vago -sabes muy bien qué región abarca el plexo solar, como sabes todo lo que piensas-, existiría alguna otra figura con más violencia lírica y estruendo representativo que fuera útil para incluirla en un próximo libro.
En cuanto a la rana en el charco de tus pensamientos, rayo efímero en tu cabeza que continúa llamativamente presente, también le trasladarás la duda: ¿Tratándose de pensamientos limpios es literariamente lícito, mediante una licencia, presentarlos mientras se revuelcan en un charco, espacio sucio por definición? Así le plantearás literalmente la pregunta. No se molestará. Ha caído en tus redes, está aturdido con la coincidencia que los ha hermanado en el único e insondable manoteo del arcano.
Sin objeciones: caer en las redes soportaría las críticas más despiadadas, hasta las de Él. Adelante, continúa pensando que lo estás haciendo correctamente.Otro vaso de whisky, mientras gastas rápidas conversaciones con algunos de los invitados, aunque no sean brillantes ni sus palabras resulten enriquecedoras, así vas arrimándote al lugar en el cual Él conversa animadamente con una flaquita de vincha floreada con la cual sustituyó al embajador.
Recostado contra el piano, mientras saboreas un tercer whisky, no dejas de observarlo. Todavía tiene el libro en la mano. Eres un buen estratega, te acercas paulatinamente a su posición, estás preparando el abordaje con mucha inteligencia. Ya es tiempo de abandonar el piano y de integrarse a ese grupo de personas que charlan a su lado.
Perfecto. No lo descuides ahora que lo tienes apenas a dos pasos, ni te dejes envolver por esta nueva vacilación. ¿El abordaje podrá utilizarse para el extremo de un aterrizaje? Siempre lo has visto usado en la literatura que narra hechos que suceden en el mar, nunca en casos típicamente terrenales. Terrestres, parece más apropiado. ¡Qué rapidez! Ya está, corrección realizada de inmediato. Y bien. Trata de retener aquella nueva duda, también se la plantearás cuando después de aterrizar en su sitio puedas abordarlo. Muchos saludos has recibido. Gestos caricaturescos y teatrales inclinaciones de cabezas a la distancia, hasta apretones de manos de quienes hoy se consideran iguales a ti, formas al fin de un reconocimiento innegable.
Allá afuera, en el mundo que pisan todos los días, apenas si te tienen en cuenta. Pero basta con que te vean en una embajada, disfrutando la invitación para homenajearlo a Él, para que se preocupen por dejar en claro que te ven como a uno de ellos. ¿Se consideran iguales a ti o te ven como a uno de ellos? En una primera aproximación parecería que fuera lo mismo, no debes perder más tiempo en el análisis de esa pregunta inconducente.Seguramente no te han leído, ni tu último libro deben conocer. En cambio, tú sí que los lees. Y no hay ni uno solo que pague el sacrificio de atender sus desechos impresos. Es preferible que continúen esquivando tu poesía, no entenderían nada de lo que escribes. Sigue contestando los saludos y gasta tus cartuchos en el único blanco que debes acertar. Su lectura, la que Él haga, valdrá por mil balbuceos de estos fatuos que de golpe han recordado que eres un escritor, algo que nunca sabrán lo que quiere decir.Nuevamente lo has perdido de vista, debe ser la tercera vez que desaparece. Seguramente, cada tanto busca una tregua de algunos minutos en las habitaciones interiores de la embajada. Los fatuos lo acosan, no lo dejan tranquilo. Mientras tanto, no está de más verificar que por fin no tienes nada que cuestionarle a tu pensamiento. Es que, por ejemplo, aquello de los cartuchos en el blanco es indiscutible, hasta un niño comprendería lo que esa expresión quiere transmitir. Lástima que no lo veas por ningún lado. ¡Al niño no! ¡A Él! Intenta el máximo de concentración, tú puedes lograrla.
Es probable que haya ido al baño, los grandes también van. Uno de esos momentos lamentables en los cuales se toma conciencia de que hasta un espíritu genial como el de Él, vive encerrado en un cuerpo miserable que cada tanto necesita exonerar sus órganos de molestos humores. ¿¡Viste!? ¡Recuperaste la concentración! Encontrar la perfección del término humores tan rápido, sin tener a mano siquiera el más modesto diccionario de sinónimos, para eludir vocablos más gruesos, menos poéticos, muchos de los cuales manejan a diario esos que siguen saludándote, demuestra lo que eres. Un restaurador de la higiene de la palabra, un albañil semántico, eso es lo que debes interpretar ahora que te imaginas vestido de blanco reconstruyendo la arquitectura de un hospital cuyas paredes, levantadas con palabras en lugar de ladrillos, han empezado a descascararse y cuyas frases herrumbrosas, destruidas por el orín de los barbarismos y de las vulgaridades, se desprenden en medio de estrepitosos crujidos provocados por la incontenible grosería semántica transformada en humedad perniciosa. ¡Perdón!. Olvidaste agregar otra calidad de esa humedad: maloliente. Ahora sí, el orden se ha reinstaurado en tu cabeza. Maloliente humedad perniciosa.
Él sigue perdido. No alimentes a tu suspicacia, pero es verdad que ya hace quince minutos que no lo ves por ninguna parte. Mientras tú transpirabas entre las paredes agrietadas, tuvo tiempo de ir varias veces al baño.
Quizás tenga razón este fanático de la ciencia ficción que por una vez en su vida acepta ubicarse en el tiempo presente de nuestro planeta, y que te acaba de decir que ya se sabía que Él iba a estar en la embajada apenas una hora, que su agenda le impide quedarse más de medio día en nuestro país. Parece que irá a cenar a la casa de un ministro y que un poco más tarde tomará el avión que lo llevará a la vanidosa ciudad del país que queda al otro lado del río, donde piensa permanecer una semana. Tu pregunta no suena improcedente, es la consecuencia natural de lo que te acabas de enterar: ¿también Él nos verá como a los ocupantes del patio trasero de aquella ciudad extranjera? Si fuera así, la culpa, sin duda, debería buscarse en la actitud provinciana de gente como la que hoy está en la embajada. Queda claro que tú no tienes responsabilidad en este desgraciado asunto. Y tampoco debes afanarte por descubrir sus causas.
Eres poeta, no sociólogo.Él y el embajador han reaparecido inesperadamente. Están despidiéndose de algunos cargosos, en realidad ya caminan hacia la salida. Preocúpate sólo de mirar sus manos, en una de ellas debe tener tu libro. Tu palidez tiene una sola explicación: el libro se ha esfumado. ¡En el portafolios, claro! Es ahí donde debe guardarlo. Cuando tú llegaste, Él ya estaba en la embajada, de modo que no sabías que había entrado con ese carterón. Y durante la reunión, para no pasearse entre los invitados con semejante portafolios de ejecutivo en una mano y un vaso de whisky en la otra, lo habrá puesto a buen recaudo. Ahora, antes de marcharse, debe haberlo retirado del lugar en el cual lo había dejado.
Es raro que no tenga algo más digno de su literatura. Debería llevar un cartapacio lírico apropiado para almacenar el sedimento poético con el cual viaja de un país a otro, un portapoemas con rostro menos mundano que ese portafolios.Ya salen, la reunión acaba de perder el único sentido que te trajo a la embajada.
Si te quedaras, todos te harían sentir su envidia, fue evidente que Él te sonrió y te hizo un gesto amistoso al pasar cerca del piano. En realidad, fuiste el único escritor de quien se despidió. Por eso mismo será mejor que tú también te vayas. A pesar de todos los inconvenientes, ha sido una experiencia inolvidable que mañana o pasado se verá reflejada en tus poemas. Es cierto que no pudiste hablar demasiado con Él, pero lograste darle el libro y llegaste a sentir esa afinidad que nació entre ustedes, sobre todo cuando admitió que también manotea el arcano. Es un hombre agradable, joven todavía, vestido con tanta prolijidad que por momentos uno se olvida que es uno de los grandes escritores contemporáneos. En fin, hay que admitir que está en la primavera de la vida.Antes de irte, también tú irás al baño, hasta en eso seguirás los pasos de tu Maestro. Después, ya en tu casa, pesarás en soledad lo que ha significado conocerlo.
Tampoco se trata de que imagines una vida radicalmente distinta -en esta ciudad monótona, nada cambia demasiado- pero una voz muy fuerte te dice con tono convincente que muy pronto algo se dará vuelta para favorecerte. Puedes ponerte, si esto te tranquiliza, un plazo de dos meses. Antes de ese lapso, seguramente te llegará su voz temblando en una carta, en un correo electrónico o en un fax para transmitirte su emoción por tu libro. Su voz temblando en una carta, en un correo electrónico o en un fax, realmente eres genial. No son genuflexiones las que esperas, sólo el reconocimiento que, aun frente a aciertos semejantes, este país -que es el tuyo- te niega.
En las asépticas embajadas también hay que soportar un olor semejante al de cualquier baño vulgar. Hasta quienes se consideran intelectuales son descuidados con sus materialidades. De materia, por supuesto, no importa si los demás lo usarían. Los escritores como tú son quienes renuevan la lengua día a día. Deberás perdonarme, pero ya es hora de que dejes de cavilar y que hagas lo que te trajo al baño. Hablo de exonerar los humores, por supuesto.En este reservado estarás a salvo de quienes llegan con tanto apuro que parecen el anuncio de una estampida de jabalíes. Cerrar la puerta es lo más indicado, que desnudes el alma para carpir tu cantero literario, no quiere decir que acá debas exhibir tus partes pudendas. Estampida de jabalíes, novedad que apareció junto a carpir el cantero literario, formas que continúan demostrando la fertilidad de tu pensamiento.
¡Fertilidad, carpir, cantero!, maneras, además, de vincularte con la tierra, nuestra amada raíz común abonada por las materialidades de aquellos mismos jabalíes. Como ya no puedes preguntarle a Él, las admites y las incorporas a tu diccionario interior. No dudes nunca más, hoy diste más de una prueba de que tu pensamiento exuda poesía al instante.Tampoco deberías dudar de que lo que acabas de ver tirado en el suelo, entre el inodoro y el bidet, es un libro abandonado. Dejas de orinar, te subes el cierre metálico del pantalón y te agachas para recogerlo. La humedad que lo cubre -salpicaduras notorias- no te hará desistir de tu propósito.Hay comprobaciones que sería mejor no enfrentar. Me refiero a comprobaciones dramáticas, por supuesto. Y una de ellas podría ser que el libro que acabas de levantar y que te tiembla en la mano fuera el tuyo, el mismo que le regalaste a Él y que imaginabas meciéndose en el fondo de su portapoemas, el que tiene la dedicatoria que te llevó una semana perfeccionar. No puedes evitarlo, lo abres al azar, te sientas en el inodoro y embelesado lees en voz alta uno de tus poemas, casualmente el que le da el título al libro. Luego lo cierras y continúas declamando de memoria, siempre con la cabeza gacha y los ojos depositados en tus pies. No tienen derecho a armar semejante escándalo golpeando la puerta.
Por apurados que estén, no podrán obligarte a desalojar el inodoro antes de que hayas terminado. Te irás cuando te calles, y sólo te callarás cuando llegues al punto final de tu portentosa "Concupiscencia tangencial".
Sólo los necios serían capaces de recriminarte que antes de levantarte del inodoro atendieras una vez más a tu pensamiento. No seas modesto, está elogiando tu presencia de ánimo, susurrándote que, al no lamentarte por tu suerte, diste muestras de una fortaleza increíble. Aunque, como al principio, te domine la inquietud y los nervios te hagan sudar como a un caballo. Era previsible. ¡Otra vez tienes la testuz cubierta por pegajosas estrellitas titilantes! Irse, entonces, apretar fuertemente el libro bajo el brazo, abrir la puerta del baño y repetir en voz alta la última ocurrencia de tu pensamiento: los dioses envidiosos nunca soportaron las hazañas de los semidioses.Salir ahora, caminar con paso firme e ignorar la humedad del libro. Después de todo, es casi seguro que las salpicaduras notorias fueron provocadas por tus propios humores.
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"La Muerte hija y las tres Parcas"
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Alejandro Maciel
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(MELODRAMA NEOREALISTA EN UN ACTO, EN FORMA DE ENTREMÉS SIN ENSEÑANZA)
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P E R S O N A J E S:
(en orden de aparición)
1. LA MUERTE HIJA (hija de la famosa que nos espera a todos: no se olvide de ir, por favor)
2. LA CLOTO (Parca1)
3. LA LÁQUESIS (Parca2)
4. LA ÁTROPOS (Parca3)
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(Al abrir el telón suenan gongs graves. Un pálido haz de luz se posa sobre un árbol reseco que surge entre un prado de hierba húmeda, como la paloma de Noé el día que trajo el gajo de laurel. La Muerte hija entra por el lateral derecho. Pálida, elegantísima, está en la edad en que los hombres empiezan a llamar "señora" a cualquier mujer.
Tiene los cabellos lacios en corte parejo hasta el hombro y de un tono rubio tostado. Viste ropa de punto muy fina en color marfil con detalles ocres. Se la nota algo distraída, displicente, como abandonada al azar de sus pensamientos; cuando llega ante las Parcas que telan mecánicamente bajo un escuálido espinillo con sus ramajes retorcidos y negruzcos).
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MUERTE HIJA: ¡Hola! ¿Cómo andan? ¿Qué están haciendo?
CLOTO: Trabajamos querida. No andamos por ahí paseando, haciéndonos las románticas y engordando las gambas de tanto rascarnos.. (la voz sonará extraña, como la de un ángel que habla bajo la bóveda de un mausoleo).
MUERTE HIJA: ¿Ah, sí? ¿Y en qué trabajan?
CLOTO: Industria textil-manufacturera. Dios quiera que el sindicato nos mantenga la obra social, porque ando con unos dolores de espalda que... también, con esto de tener que ovillar todo el tiempo que necesitan los hombres y mujeres para vivir, no descanso nunca. Esta bobina -por caso- es de un correntino (la expone como quien eleva una hostia durante el memento de la consagración) por eso es un desastre. Ya se sabe que son desordenados y embrollados.
MUERTE HIJA: ¿Y para qué sirve? (haciéndose la ingenua).
CLOTO: Es la memoria del prójimo ése. En este ovillo voy juntando todos los recuerdos, desde que era chico, acá por ejemplo está el asunto del bautismo, medio borroso pero más allá (recorre la hebra con sus dedos largos apasionándose en la travesía memorial) está la cara de la maestra de cuarto grado que le retó porque no sabía la tabla del siete, éste es el partido que ganó en la liguilla, ¡jaque! Ahí están las chanchadas que hizo en el quilombo cuando debutó con una gorda con el pelo color escoba mirá, ¡la primera novia con el vestidito estampado! Acá el casamiento y los nervios porque la novia no llegaba y el cura, el padre Ortolano, puteaba a diestra y siniestra, ¿has visto? ¿Qué quedaría si yo me distrajera por ahí pensando en la luna?LÁQUESIS: ¡Todos los recuerdos se desparramarían! Sería como una demencia…
CLOTO: Porque ya sabemos que sin memoria no hay Pasado.
LÁQUESIS: El Tiempo nos iniciaría una demanda penal.
CLOTO: Él también depende del Pasado.
LÁQUESIS: ¡Es su forma de riqueza!
CLOTO: ¡Su capital!
LÁQUESIS: Por eso tenemos que ser cuidadosas con nuestro trabajo. ¿Ves esta varillita? (Muestra un vulgar metro milimetrado de color amarillo, de esos que usan los carpinteros y albañiles). Ni un centímetro de más ni uno de menos. Tiene que ser la medida exacta.
MUERTE HIJA: ¿La medida? ¿De quién?
LÁQUESIS: Más bien de qué mi querida. Sólo los cuerpos tienen extensión según lo enseñó el finado Descartes. El alma no tiene peso, precio ni medida (Risita un poco sardónica, cambio de mirada cómplice entre las dos). No es mensurable.
CLOTO: Ella (casi hinca con su filoso dedo índice a Láquesis) mide la duración de la vida. Tantos metros y ¡ñácate! se termina todo en un pozo que llamamos Siempre, cariñosamente.
MUERTE HIJA: ¡Que nombre más curioso!
LÁQUESIS: ¡Justamente! Allí nunca son las 8 P.M., ni Navidad ni el día del cumpleaños. CLOTO: Allí siempre es Siempre.
LÁQUESIS: Es el único sitio donde el Tiempo está prohibido.
CLOTO: ¡Lo expulsó un ángel armado con una espada de fuego! ¡Flamígera, ella!
LÁQUESIS: Quiso ser como Dios, ¡vaya pretensión!, ¡vaya con la modestia!
CLOTO: Todo lo gobernaba él y sólo él. Estaba en todo lugar.
LÁQUESIS: No había sitio del Espacio libre de Tiempo.
CLOTO: ¡Hasta Dios tenía que consultar su reloj antes de hacer nada!
LÁQUESIS: Ni los finados podían disfrutar de su paz. Los despertaba alas 6 A.M.
CLOTO: ¡A tomar mate, ndayé! ¿A vos te parece?
LÁQUESIS: Pero un buen día llegó al colmo.
CLOTO: Se reunió con la Historia para conspirar contra Dios.
MUERTE HIJA: ¿Qué querían hacer?
LÁQUESIS: ¡Querían apoderarse del poder!, pero no pudieron.
MUERTE HIJA: ¿No pudieron apoderarse del poder?
CLOTO: Te cuento, la Historia siempre fue su alcahueta. Se juntaron y pensaron que eran invencibles.
LÁQUESIS: Eso de Don Satanás fue un poroto al lado de esta conjura. La Historia hace todo lo que él le pide, son carne y uña.
CLOTO: El Tiempo le dijo: "yo soy el Futuro porque decido cuándo pasará esto o aquello. Vos te encargás del Pasado porque memorizás todo lo sucedido, el Presente no existe como ya demostró el tío ése de Hipona, de manera que entre vos y yo tenemos encerrada la realidad. Nada está fuera de nuestras manos. ¿Para qué necesitamos a Dios?, además, honestamente es un desastre como gobernante mirá que tardar ¡siete días para armar semejante desastre! Nosotros hubiésemos gastado menos de la mitad y ya no estaría siendo; hace rato hubiese dejado de ser".
LÁQUESIS: Pero no se dieron cuenta que la Serpiente -que sólo vive el Presente aunque el Agustín haya dicho que es ilusión- escuchó todo lo que estos dos estaban tramando y se fue volando hasta el trono de Dios.
CLOTO: ¡Le contó todo, con lujo de detalles!
LÁQUESIS: Entonces Dios los castigó confinándolos a la Tierra: "Que sufran el desastre hecho en siete días"-dijo, enfurecido-. "O bien, que arreglen ellos la catástrofe, ya que son tan habilidosos" -sentenció.
CLOTO: ¡Estaba enojadísimo! Mucho más que cuando Moisés rompió las Tablas.
LÁQUESIS: Y ahí mismo puso al ángel que los echó a patadas.
CLOTO: ¿Y qué iban a hacer ellos?
LÁQUESIS: El Mundo no tenía arreglo así que se propusieron hacer cosmética.
MUERTE HIJA: ¿Cómo es eso?
LÁQUESIS: Claro, como no pudieron hacer que fuera, digamos 'perfecto' encomendó a la Historia un truco.
CLOTO: ¡Hacerle creer a los hombres que pueden ser eternos! (aplaude poniendo picardía en la mirada) ¿No es genial, pero réquetegenial?
LÁQUESIS: La Historia inventó un maquillaje que se le ocurrió cuando el finado Keops hizo su Pirámide.
MUERTE HIJA:A ver, chicas, me parece que no entiendo lo que me quieren decir(toma asiento en un taburete que está en la penumbra) ¿No hay mate por ahí? Les juro que es mi hora de matear.
CLOTO: ¿No será tu hora de matar más bien? (se ríen las tres).
MUERTE HIJA: ¿Y por qué un muerto necesita semejante.. monumento?
LÁQUESIS: ¡Oh!, ahí está el ardid, ¡porque se cree que la belleza sobrevive a la vida, que es transitoria, breve, y dura uno de nuestros suspiros.
CLOTO: Pero la Historia no es ninguna tarada. Empezó a ver que algunos desconfiaban de los mausoleos y entonces se le ocurrió otra idea genial.
LÁQUESIS: Y entonces inventó el "Espíritu" que puede ser tan perfecto que es bello, cuando se lo cultiva.
CLOTO: Y ya sabemos que don Platón convenció a todos que lo que es bello, es eterno.
LÁQUESIS: Y así los hombres creyeron encontrar una manera de salvarse, inscribiéndose para siempre en la memoria de la Historia.
CLOTO: Pero ¡ja!, embustes, embustes, querida. Ya sabemos que allí siempre es Siempre.
LÁQUESIS: Y que la Historia es una desmemoriada (risas sarcásticas).
CLOTO: En fin, puras patrañas. Todos mueren lo necesario. Ni un poco más ni un poco menos.
LÁQUESIS: El "Espíritu" no es más que el maquillaje de la muerte.
CLOTO: (Poniéndose a bobinar su hebra con apuro, para recuperar los instantes perdidos) Pero, ¿qué cuernos estamos haciendo? (Codea a Láquesis). ¿Justamente a Ella se lo venimos a contar?
LÁQUESIS: ¿A Ella? (la señala con su largo índice rematado en una uña flechada) que es la camarera de la desgracia?
CLOTO: ¡Comadre del infortunio infinito!
LÁQUESIS: ¡Concubina lesbiana de la Maldad! (risas)
ÁTROPOS: (Aparece desde el lateral derecho con sus tijeras tiznadas) ¿Quién anda por ahí?LÁQUESIS: ¡Guarda que viene la ciega!
ÁTROPOS: ¡Te escuché bien, zorra! ¡Ya te voy a dar palos cuando te pongas a tiro! Te voy a cortar las crenchas (sisea las tijeras en el aire, amenazadora) que ni el estilista te las va a poder arreglar después,¡desgraciada! (Se sienta al lado de la Muerte Hija) ¿Cómo andás, queridita? ¿Conseguiste el mate, che?
MUERTE HIJA: No pero se supone que yo soy la visita y ustedes las dueñas de casa.
ÁTROPOS: Ya va, ya va. ¡Qué! (Mirando a sus hermanas que han puesto trompa de reproche) ¿Soy la sirvienta acaso? (Habla a gritos con la voz ronca y grave de una contralto engripada). Una no puede echarse a dormir una siestita que ya la acusan de crímenes horrendos.
CLOTO: (con la entonación de quien reanuda una conversación) Y desde entonces la Historia atrae a los hombres.
LÁQUESIS: disfrazada de Eternidad.
CLOTO: Políticos, artistas, dictadores, filósofos.
LÁQUESIS: Todos quieren alcanzar el ideal que se les muestra, para perpetuarse.
CLOTO: Pero lo único que consiguen es durar un tiempito en el recuerdo de los que sobreviven. No hay que ilusionarse demasiado con la flotación cuando uno está en un tembladeral. La fuerza de gravitación prevalece a la larga. Es universal, ya lo dijo don Newton: al final los recuerdos se hunden, todo cae en la omisión.
LÁQUESIS: La memoria humana es el alimento preferido del olvido.
CLOTO: ¡Que cada día tiene más hambre!
MUERTE HIJA:¿Y cómo hace la Historia para sobrevivir, entonces?
LÁQUESIS: ¡Oh!, ella inventa, sacude el polvo de sus momias.
CLOTO: Fabrica héroes que son soldaditos de plomo.
LÁQUESIS: ¡los verdaderos héroes son el plato predilecto del olvido!
CLOTO: Casi no come otra cosa.
LÁQUESIS: (Midiendo una hebra larguísima) ¡Aquí, Átropos, aquí! (señala) traé tus tijeras y cortá rápido, rápido
CLOTO: que ya se le terminó la Esperanza a este hombre.
MUERTE HIJA: ¡Esperen chicas! ¿Y si el tipo ese no estuviera enfermo?
LÁQUESIS: ¡Que se suicide, mi hija! ¿Para qué quiere seguir viviendo sin esperanzas? (se lo dice a Átropos) dále, cortá de un golpe.
MUERTE HIJA: Bueno mujeres, las dejo sigan trabajando. Yo me voy a por el mate, si no tomo a esta hora, después me duele la cabeza.
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Para escribir a la revista:
Editorial:

1 comentario:

  1. Dale Amigo Ale!!!

    Sigue adelante con nuestra linda revista!!!

    Pero no le vayas a poner cualquier propaganda de Google por favor!!!!

    Un abrazo.

    Eric Courthès

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