martes, 22 de enero de 2008

PALABRAS ESCRITAS Nº 3 segunda parte

Dibujo de Miguel Pencieri, de la serie "El Méjico de Juan Rulfo"

(para el Nº 5 de la revista)
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PALABRAS ESCRITAS Nº 3
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Un diálogo
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entre Brasil e
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Hispanoamérica
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segunda parte del Nº 3 (enero 2007)
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Editorial SERVILIBRO, ASUNCIÓN, PARAGUAY
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Servilibro:
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25 de Mayo esquina Méjico, Asunción, Paraguay.
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Tel/Fax: (595-21) 444770
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Redacción: Bmé. Mitre 3712 (1201)
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Buenos Aires, Argentina.
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Tel/Fax: (011) 4981 1791
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Poemas Frugálicos[1],
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Hebert Abimorad
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La mañana. Una mosca.
Me recuerda la vida.
Despierto.






El auto se precipita.
De repente. La sombra de un pájaro.
Cruza sobre el camino.



Un papel en blanco.
Un lápiz. Un largo silencio.
El poeta.






Moderación. Sin el viento.
El tiempo pasa.
El sosiego.




Ostentación. Ramos suntuosos.
Adornan.
La palabra.






Presagio. El cielo se cubre.
La mar medita.La tormenta.




Una lágrima. Un momento.
De espera.
La vida se derrama.


Remordimiento. La gente retorna.
Por los viejos callejones.
La plaza.




Contemplación. Una hoja.
En blanco.
La nieve.



Condena. El exilio.
De la luz de nuestros ojos.
La noche






El calor. De una braza.
El tiempo. Cenizas.
Luz muerta.





Si golpeas. A mi puerta
Multitud.
He salido.




Individuo. Puente. Individuo.
Dinamitan al puente.
La soledad.




La noche entreabre sus ojos.
Rayos de luz.
La aurora.


La lluvia trae murmullos.
Se percibe.
El pasado.



En un valle descansa.
La vertiente.
El sosiego.



Una vida repleta.
El ocaso.
Un amanecer.




Poesía. Camino recto.
Con diferentes finales.
Elección.




Prosa. Un laberinto.
Dispersión.
Un solo final.
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CINTAS DE COLORES
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Dirma Pardo Carugati
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-Mi hijo, alcanzame los alfileres. Y ese retazo de satén. No, ese no. Eso no es satén, es raso. El que está al lado del tul de ilusión. Si le pasás la mano vas a notar la diferencia. Ese. Eso es. Gracias, mi amor. Ahora te vas un momento afuera porque la señorita se va a probar el traje de novia. Claro, hay que enseñarles respeto a los chicos: lo que es la intimidad, lo privado...

El niño cerró la puerta; es decir, la entornó dejando una rendija para seguir mirando; es lo que siempre hace. Le gusta mirar a las mujeres – “ En eso salió a su padre” piensa la antigua ayudante, que varias veces sorprendió al esposo de la modista espiando a las clientas . “Eso se trae en la sangre” – dice para sí la empleada - “ porque el muchacho era muy pequeño cuando el padre se fue de la casa con esa buscona. No se puede decir que es por el ejemplo, porque a estas alturas, el chico apenas recuerda cómo era en realidad ese hombre del retrato que su madre se empeña en conservar ”.

La costurera le dio una palmada cariñosa y le recriminó: “Andá, salí de ahí o le cuento a tu mamá”. El muchacho abandonó su posición y se encogió de hombros. “ Bah, no me importa – dijo – total esta no me gusta; es una flaca sin gracia. No sé cómo es que se va a casar. Yo nunca me casaría con una mujer así”. Y se fue a su pieza murmurando: “A mi gustan las mujeres como la rubia, la que vino ayer. No se dieron cuenta de que yo estaba allí, detrás del biombo y me quedé quietecito para no llamar la atención. Me puse en el rincón y miraba su imagen en el espejo . Primero, ella se sacó la blusa y pude ver sus pechos hermosos, apenas ocultos por el brasier. ( Mamá insiste en que así se llama y no “portasenos” como dice la ordinaria de su ayudante). Después, la señora se desprendió la falda y ésta cayó al suelo como tela que cubre una estatua. Sí, una estatua, pero con vida, eso parecía . Tenía ganas de pasar la mano por esa piel blanca y firme para sentir su suavidad . Debe de ser como el satén”.

Desde su escondite, el muchachito apenas respiraba; no quería que lo descubrieran.
La mujer rubia se probaba el vestido de gasa azul y sonreía satisfecha con lo que veía en el espejo. Se miraba de frente, de costado, calculaba la curva de sus caderas. La modista ponía aquí y allá algunos alfileres, ajustando la prenda al cuerpo de su clienta.
_ ¿ Te parece que debo adelgazar un poco? – preguntó coqueta.

_ Yo creo que a usted no le sobra ni le falta nada – respondió muy respetuosamente la modista, mientras emparejaba el ruedo acampanado. La joven mujer parecía complacida. Se inclinó hacia delante para mirarse el escote.
_ Muestra más que un camisón de dormir – comentó complacida.
Muy seria, la modista asintió con la cabeza y agregó:
_ Justo en el límite entre lo audaz y lo recatado; se llama “ insinuante” y hay que saber llevarlo.

“Parece una reina” pensaba el niño desde su estratégico refugio, mientras la dueña del vestido daba unos giros que hacían volar la amplia falda. Al terminar la prueba se sacó la prenda y él volvió a contemplar ese cuerpo que le pareció perfecto. Reaccionó cuando escuchó que su madre se despedía:
_ Estará listo el viernes; solo faltan el surfilado y el dobladillo, que como usted sabe, me gusta coserlos a mano.

Esa noche, el muchachito se fue a dormir llevándose un resto de la tela del vestido azul. Lo besaba y se lo pasaba por la cara; no podía dejar de pensar en esa mujer y en cuánto le gustaba. Ya de madrugada, cuando la madre dormía, bajó sigilosamente hasta el taller. Allí, en el maniquí que remedaba las formas femeninas, estaba esperando el soberbio traje de baile . Lentamente se desnudó y se lo puso. Empezó a bailar a los sones de una música que solamente él escuchaba y se imaginaba que tenía un hermoso cuerpo de mujer.
“¡ Me gustan tanto las mujeres! – dijo ­ - Cuando yo sea grande, eso es lo que voy a ser: una mujer ”.
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Diablo
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Maicon Tenfen (Sta. Catarina, Brasil)
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Mide al adversario con astucia, precisión. Percibe arrogancia, garra, peligro, todo lo que había oído acerca de él. Avanza con sus movimientos, intenta intimidarlo, pero ve que su gesto es recibido con un esquivo y rápido contragolpe. ¡Momento difícil! Bate alas, pedalea al aire, la punta de acero brillando alrededor del pico, debe saltar y picarlo, picarlo más rápido antes que el miedo... No, aún no, por ahora continúa atado a los brazos entorpecidos de Nazario, igual que el enemigo, cinco palmos adelante, a los brazos del otro entrenador. Es parte del espectáculo, saben. Deben circular por la arena, intimarse, exhibir valentía mientras la multitud de hombres grita y arriesga los últimos centavos en el juego. Dicen que la lucha se decide en este pequeño ritual de preparación. Con la sagacidad de las miradas, apenas.
— ¡Vamos, amiguito, ese pollito choto no está ni ahí! — Con la punta de los dedos Nazario hace cosquillas en la pechuga de Diablo. Y eso lo pone loco, mucho más.
Diablo... ¿Dónde se vio? El gallo sabe que su sobrenombre es excéntrico. Bueno, por lo menos tiene identidad, tiene cómo ser llamado, es conocido por muchos de esos hombres y hasta idolatrado por las gallinas de la vecindad. Si se hubiese quedado en la granja, abandonado para procrear y engordar, a esta altura andaría en alguna cacerola, en pedazos. El combate, a pesar de ser cruel, ofrece dignidad. Que sufría, sufría... pero tenía el derecho de luchar por la vida como si fuese un auténtico hombre.
A los ocho meses fue seleccionado, tuvo las orejas y cresta cortadas por una tijera de podar jardines, las heridas cosidas a mano, hilo de tercera. Pasó a vivir en la tierra, en un sótano. Por eso es el Diablo que entrena, entrena, entrena para entrar en la riña e hincar el tridente en algún infeliz. Recuerda la última vez, allí en el mismo lugar, cuando Nazario lo tiró al encuentro del oponente. Le clavó un picazo de cada lado del buche haciéndolo parar primero, y trató de cubrirse rápidamente, garras asesinas, ya con el “tuc” de misericordia. Oyó de los hombres que observaban desde afuera, la más rápida victoria de todas las que habían visto. Recibía caricias de Nazario y del dueño mientras aquel a quien venciera era arrancado del ring de las patas, aún medio vivo, y tirado con rabia en un canasto viejo de paja. Fiesta para los chicos de la calle, tendrían algo para comer. Lo mejor que Diablo podía hacer era no pensar en el otro, no sentir lástima, seguía siendo cargado como un rey. Y cantaba.

Hoy la lucha no será fácil. Los hombres gritan, abuchean, aplauden alrededor de la arena. ¡Vamos Diablo! ¡Ganá, Diablito lindo! Pero quien se agranda es el adversario, lo hiere con la uña de las emociones. Como si no fuese suficiente, abre el pecho y canta, voz ronca y dilacerada. ¡Ca-ca-re-cá! ¡Ca-ca-re-cá! Estremece a cualquiera, la hinchada rápidamente se vende, cambia de lado. ¡Treinta mangos a Batuta! ¡Cincuenta mangos a Batuta! Ah, entonces su nombre es Batuta... ¿Cómo consiguió conquistarlos con tres grititos, nada más? Diablo también intenta gritar. Inútil, de repente se atragantó. Y ni puede escucharse, por culpa del griterío — batuta-ta-tá, batuta-ta-tá — y de a poco se va aflojando. Desvía los ojos del oponente, presagio de la derrota, y se encuentra con el canasto de paja, en la esquina, esperando. Féretro desdentado, tosco, con la boca abierta, hambriento.

*****

No, mejor no mirar aquello. Gira hacia el dueño mal afeitado, sombrero de ala ancha sobre la pelada sudada, que salta y grita como si fuese un chico. ¡Duplico la apuesta, toda mi fe en mi gallo! Da palmadas en el hombro de Nazario, lo manda a soltar el bicho de una vez, quiere ver — ¡ah, si quiere! —, su campeoncito revienta a cualquiera, esa pelea no pasa del primer round. ¿Escucharon? ¡Del primer round! Por eso paga tres a uno... no, es poco…contesta cualquier apuesta por cinco a uno. ¡Pongo fe en ese negocio! ¿Tá claro, che?
Diablo desvía los ojos del dueño, lastima sus nervios. Prefiere fijarlos en Batuta, amenazando, disimulando algún coraje. Lo hará por su vida, su chance de dignidad. Después de todo es guerrero, no debe temblar, porque los cobardes, según la enseñanza de Nazario, merecen el fastidio de la granja, el cuchillo mal afilado de algún ama de casa.
— ¿Esa lucha empieza o no empieza?

Es necesario. Conciente de que las apuestas favorecen al otro, Diablo es lanzado al aire. Se encuentra con Batuta en el primer revuelo, el pico tira y balancea para enganchar cualquier cosa que no sea el vacío. Pero se queda debajo. El enemigo es ágil, parece subir escalones, mordisquea la cresta de Diablo, lo castiga con sus garras. Lo que ve es una llovizna marrón y alucinada, restos de plumas volando por el aire, un pico de acero inoxidable que sube y baja incansable, que poco a poco se tiñe de sangre. Cae mal: Batuta encima. Intenta esquivarse: Batuta encima, haciendo pose. Se desmorona arrodillado. Batuta aún encima.
En fin se despegan, se encaran, emparejan las cabezas, vuelven a erizar el penacho, a tensionar los músculos. Ruedan de aquí para allá, de allá para acá, uno pasando para el campo del otro, completando el giro, retornando al punto de partida. Los hombres no paran de gritar, de golpear el mostradorcito de la riña, de exhalar aquel vapor alcohólico alucinógeno. Diablo comenzó mal, admite Nazario. Pero él está obligado a reaccionar, retruca el dueño, a los gritos. ¡Está obligado a reaccionar!

El gallo intenta ignorar las palabras de los dos, por el vaivén del pescuezo percibe que Batuta gana confianza, le gusta el jueguito. Diablo mastica miedo, más miedo, pánico — aunque guerrero cede ante su debilidad, le falta. Nada que ver con el dolor físico, que a ese ya está acostumbrado, mas con el dolor del sentimiento, con la triste posibilidad de no vencer.
Bate el aserrín con la patita, se pone en posición, sacude el polvo del pico como si estuviese muy bien, gracias. En esta nueva embestida, bravo, toma la iniciativa del combate.

*****

Después de veintiséis minutos de continua lucha, un poco al ataque, casi siempre a la defensa, cobrando, Diablo es llevado al fondo del galpón. Lejos del griterío, de las apuestas, de aquellos hombres, Nazario coloca su cuerpito bajo la canilla de plástico carcomido. El gallo percibe la sangre escurriendo y escapándose por el fondo de la pileta. El entrenador balancea la cabeza, frunce la boca, le transmite a Diablo que su situación no es de las mejores. Manco, ya sin la mitad de las plumas y con el pescuezo prácticamente triturado, el pequeño gladiador, no obstante la anestesia de las escupidas de ginebra, acaba conciente de aquel agujero en su ojo. Sí, ciego. Apenas puede ver del lado izquierdo, y eso facilita el éxito de Batuta. ¿Por acaso será obligado a volver y seguir muriendo?
El rostro mal afeitado del dueño surge por arriba del hombro de Nazario. Vino sin sombrero, seguramente afanado por algún ratero de las gradas. Pregunta al entrenador lo que piensa del gallo.
— ¡Qué sé yo!
— Tiene que volver, tengo mucha plata comprometida en el juego.
¡Eso no! Diablo se conforma con la idea de no vencer. Apuesta también como Nazario. ¿El dueño? Sólo si es burro, más de lo que parece... ¡No hagan eso, locos!¡Salven mi vida. El dinero ya está perdido!
— No sé si vale la pena — Nazario le dice al dueño. — Este bicho tá que no se aguanta parado. Yo que usté, abandono la pelea.
— ¿Pa’qué? ¿Pa’quelosotro me yamen de cagón? ¿Y mi guita? Via mostrá pa’esos boludos quien es más macho acá...
Él muestra y yo muero.
-¡El gallo es bueno, patrón! No vale la pena deperdiciarlo en una lucha perdida. Así usté pierde la plata y el bicho juntos...
—¡Tenga fe, Nazario, tenga fe¡ Veinte por ciento de lo que yo gane hoy es pa’vos, ¡ta’dicho!
¿Que le habré hecho a mi dueño? ¡Me quiere muerto! ¿Veinte por ciento para Nazario? ¡El colmo de la exageración! Conozco la familia de mi entrenador, la esposa casi no camina por el problema de los riñones, los dos chiquitos que quieren continuar en sexto grado, la hija mayor que está loca por casarse. Nazario es macanudo, me trae unas gallinas escondido del patrón, se arriesga por mí. Soy capaz de cualquier cosa para ayudar a mi amigo, pero siempre que esté a mi alcance.
— ¿Entonces, Nazario?
— Pensándolo bien, patrón, este bichito es caprichoso. De repente nos sorprende...
¿Qué te pasa, compañero? Vos sabés que estoy acabado, que no puedo más...
— ¡Yo sabía, Nazario! Arreglame ese bicho, pa’demostrar pa’esos otarios... ¡Ya te dije! No tenemo nada pa’perdé.
¿Y yo?
Tal vez Diablo no haya escuchado bien, después de todo tiene las orejas cortadas. Y tampoco importa pensar en lo que se dijo, lo mejor es ir concentrándose para la masacre.

*****

Encuentra a Batuta menos entusiasmado que antes, pero aún nervioso, peleando, hincando... los hombres redoblan el barullo, la brisa alcohólica está más ácida. El dolor, el cansancio, la decepción, el desánimo... mayores.
— ¡Sacá esa gallina del tacho! — gritó uno — ¡La pobrecita no aguanta más, dentro de poco pone un huevo!

Carcajadas. Diablo se desconcentra. Batuta no. Saltará buscando la gran ensartada, del golpe final.

— Abandonen — les dicen al dueño y a Nazario — ¿Para qué torturar en vano al bichito?
Pero el dueño y Nazario no escuchan nada porque no tienen nada que perder.
— ¡Reaccioná, gallo desgraciado! — Es el grito del dueño.
— ¡Eso, Reaccioná! – Este es el de Nazario, no el Nazario de antes, camarada, entrenador, mas el Nazario traidor, del veinte por ciento. - ¡Reaccioná, Gallo maricón... dejá de ser cobarde!

Diablo no sobrevivirá, reconoce. Es en vano reaccionar cuando ya se es tratado de cobarde, cuando la amistad y la confianza valen menos que veinte por ciento de unos pocos pesos. Decide bajar la cabeza y dejar que el otro lo alcance con las garras. Mejor morir en la contienda que en las manos inexpertas de algún chico de la calle. Despacio, se postra. Batuta desconfía, le da tiempo, tal vez desconfíe de alguna táctica inesperada, algún golpe bajo que pueda invertir el juego.
— ¡Levantá esa cabeza, gallo boludo, no fue así que t’enseñé!

Diablo se agacha más. Levanta las plumas de la cola, las que le restan, y le muestra la cloaca a Nazario. Los hombres explotan en carcajadas ruidosas, provocan a Nazario, le tiran de la ropa. Batuta continúa en la duda, y Diablo con el pico en el piso. Vamos, compañero, acabá con esto de una vez por todas. Poco a poco la hinchada se calla, parece asustada. Voces dispersas recuerdan que cabeza baja puede ser treta de campeón. Nazario rezonga cosas que Diablo no consigue entender. El ambiente está casi explotando, basta una chispa, un cigarrillo mal apagado que le ponga fuego a la neblina de ginebra. Batuta ataca por la izquierda, decidió, inicia la corrida, las garras aún hambrientas, va a saltar sobre Diablo y ...
— ¡Alto! ¡Todo el mundo contra la pared! ¡Ahora!

Son sujetos de ropas grisáceas con boinas graciosas que invaden el galpón y empiezan a agredir a los de la hinchada. Traen porretes, golpean a los de la casa, dicen que son policías y preguntan por un tal Mineirinho. Diablo, que recibía la muerte, ve el vuelo horizontal de Batuta. El enemigo abandonó el ataque, aprovecha la confusión para huir. Debe ser imitado. Mientras algunos hombres saltan por las ventanas, dejando que los demás cobren solos, Diablo sigue a Batuta. Usan la grieta en la pared.
Todo sucede muy rápido.

Ahora los gallos están en la calle de asfalto, frente a frente, posición de combate. Escuchan el lamento de los hombres que no consiguieron escapar de la riña, suplican para que los policías paren de golpear, juran por Dios que no conocen ningún Mineirinho. Diablo entiende que tiene algo para perder, para defender. Entonces se siente motivado a continuar el duelo, está lejos de aquellos hinchas, está a salvo de Nazario y sus falsas enseñanzas. Lee coraje en los ojos de Batuta, el espíritu de batalla aún brilla en la húmeda pupila. Es guerrero. Como él.
Mientras tanto, en el pico que ya se liberó del acero, entre sangre y sudor, Diablo ve el contorno de una sonrisa. Sonrisa dura, mas de libertad, de victoria, de fraternidad.
Al mismo tiempo entienden que el enemigo es otro.
Ellos son hermanos.

*****


Al día siguiente.
Dos gallos lastimados en estado deplorable son vistos entre la gente en la parte más pobre de la villa. Provocan risas y tumultos en las veredas, esquivan los adolescentes, escapan de aquellos chicos que intentan capturarlos con una canasta. Siempre juntos, huyen por el antiguo basurero.
Es posible que no lo sepan — ironiza la gente — pero por aquellos pagos encontrarán chacras con bellas criaciones de gallinas.


*Traducción de Sergio Adrian Arias,
in memorian.
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“Malos pensamientos”
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Esteban González.
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Ahora que siento otros ojos que rozan mi hombro
sobre tu hombro
dudo de tu fidelidad.
Dudo de tus palabras.
De tu amor.
Del calor de tu cama.
De tus llamadas.
De tus correos.
Esa mirada que reconoce tu piel
que también reconoce la mía, delata.
Pero tú no tiemblas. Amas. Deseas.
Por separado, con puntos y apartes.
Yo tiemblo porque ahora como nunca,
amo y deseo al mismo tiempo
sin puntos, comas, puntos suspensivos
ni signos de preguntas.
...y tengo miedo, me siento un intruso,
y conjeturo el final una de estas noches.



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Y llegas como nunca llegué
porque tengo el vuelo corto
como las aves que no migran.
Dejo pasar las estaciones,
me abrigo escondiendo soles,
imaginando los frutos del verano,
protegiéndome de las tormentas
que despeinan y asustan a los genios,
escapando de los ojos
que me persiguen en la oscuridad.
Llegas como nunca sabré llegar,
con brisas de caricias y perfumes de mirtos.
Y te vas,
yo te sigo con el pensamiento.
Anido a dos siglos y tres mares de distancia.


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Octubre se impacientaba en primaveras.
La noche era un invierno perezoso
que jugaba con hojas amarillas
y buscaba los bolsillos.
Me sorprendió la mañana
en un lugar conocido
que desconozco.
Quiero quedarme porque tengo frío.
Debo marcharme porque siento frío.
Tengo sueño,
es una excusa para quedarme.
No tengo sueño,
es una excusa para marcharme.
Sin sueño y con frío.
Octubre se impacientaba en primaveras.
La primavera
era una mañana amenazante.


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Que te puedo contar
A estas horas de la mañana.
mi corazón trota sin prisa
Y reclama la limosna tibia de una caricia.
Unos ojos me vigilan como alguna vez
y agradezco el refugio de tu puerta.
He dormido en paz
en tu campo de batalla,
o en la paz de tu campo de batalla
he dormido.
No soñé nada.
Quizás porque los sueños
estaban allí.
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DAR GRACIAS
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Pilar Romano

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Todas las mañanas abrazaba con fuerza la almohada y levantaba algo así como una pequeña nube de polvo cósmico. Se sentía carente de pasado y enfrentada exclusivamente a la línea delgada de la inmediatez, al punto que para sentir nostalgia, en los días de salida iba a veces a la estación de ferrocarril; los trenes saben provocar por sí mismos inexorable nostalgia. Pero cada mañana se acercaba a la ventana y daba gracias a Dios, juntando las palmas de la mano sobre los pechos, que emergían despertando las ansias del Maligno. Le daba gracias por el nuevo día y últimamente por la aparición de Lucas. Esto le vendría de la madre, quizá, quien solía tener accesos de misticismo, aunque ella la hubiera borrado de su memoria. A través de la ventana, desde el muro de enfrente, le llegaba cada mañana la sonrisa del afiche del candidato político de turno; ¿de qué le serviría a ella votar?

En verdad, no estaba del todo carente de pasado: retenía en él el recuerdo de su único hermano, que había huido antes que ella de los trastornos de la madre para incorporarse a un circo. Después, según supo por la única carta que recibiera de él, había sobrevivido posando como modelo para algunos pintores. Lo envidiaba profundamente por esa decisión de animarse a vivir como él quería. ¡Si ella pudiera posar para un pintor! Esta imagen se le aparecía como una magnífica consagración.

También recordaba haber tenido un perro y aprendido a tejer al crochet. Pero en algún momento, había optado por seguir a Valentín. Menos de veinte años tenía. Ni preguntó cómo se ganaba la vida y aunque no le gustara que masticara chicle, se fue a vivir con él a aquella pensión de mala muerte, en la que pasó felices las seis primeras noches.

En la tarde del séptimo día él le trajo de regalo lencería negra con encaje y puntillas y al rato nomás cayó un tipo con las canas teñidas. Valentín le indicó sin justificación alguna lo que tenía que hacer, explicándole tan sólo lo que le pasaría si no hacía lo que tenía que hacer. Se vio envejecida de pronto en la fotografía que sonreía en la mesa de luz. Cosas increíbles vio tarde a tarde y noche a noche la fotografía. Hasta que decidió protestar, rebelarse, decirle que no volvería a acostarse con otro tipo en aquella cama. Y no lo hizo: Valentín la llevó al prostíbulo de la Mecha.

La casa le pareció, al llegar, algo así como un árbol despegado del suelo, con las raíces al aire y pintado de un color parecido al de la carne puesta al asador. ¡Modelo de pintores! Una puta con todas las letras sería, como aquellas mujeres de rostro frívolo, carnavalesco, excitante. Nada muere y desaparece: todo se superpone, pensó. Y fue nomás una puta de prostíbulo, de pechos enardecidos, como símbolo de agresión a su madre mística. Nunca tendría hijos que fueran a la misa dominical, pero había conservado siempre el deseo impenitente de que su cuerpo fuera mirado por sus formas, exclusivamente mirado y no penetrado por donde se pudiera. Hombres de todos los colores y profesiones: algún juez que seguramente amaba las navidades, algún negro que tendría escondida una navaja entre las ropas, algún imberbe cargándole sobre los muslos su inexperiencia, hacían que se durmiera pensando que el mundo era un ajedrez asqueroso . Pero por las mañanas se levantaba y agradecía a Dios estar viva, frente a la imagen sonriente del candidato político de turno. Había allí un amanecer, como en todas partes, aunque las paredes emitieran lamentos casi imperceptibles. Sin embargo, al rato nomás su miraba denotaba desesperanza y frustración. ... ¡Modelo de pintores!

Sin embargo, vino el tiempo en el que su mirada pudo cambiar. Fue Lucas, una especie de Hamlet sin reino ni calavera. Le dijo que si aceptaba hacer lo que iba a pedirle, vendría todas las semanas. Y ella aceptó. En su mente algo trastornada, Lucas tenía la manía de las sombras chinescas. Ponían el velador en el lugar adecuado y ella, arropada nada más que con su propio pellejo, adoptaba las poses más rebuscadas, todas las que él le indicaba, mientras miraba embelesado la figura negra que con el cuerpo de Gladys, casi sin tocarlo, lograba crear sobre la pared del cuarto del prostíbulo - hasta la del ratón Mickey lograron formar- que de algún modo se sabía ilustrada de pronto con imágenes del bien y del mal.

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ALMA MIA
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César González Páez
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Fui, si mal no recuerdo, la primera cantante de boleros del Tabarís. Piensen que ese edificio, que hoy se viene abajo, fue en sus tiempos una joya arquitectónica. Muchos se contentaban con verlo de afuera, porque solamente la gente adinerada podía darse el lujo de gastar y permanecer en aquel prestigioso lugar.
Mi foto lucía en la entrada y mi nombre era todo un suceso “Lorna Mills”, todavía guardo uno de esos afiches. ¡Si habré recibido flores! Hoy sólo las espero para mi entierro o, como a veces sueña toda mujer, en una propuesta de matrimonio que ya jamás recibiré.

Por entonces era la mimada de los cumplidos y cada noche recibía apasionadas proposiciones de romances, invitaciones a recorrer el mundo y ¿a cenar? ¡ni les cuento! Canté hasta bien entrados los setenta, me refiero a las décadas no a mi edad, soy joven todavía para morirme y mi repertorio está intacto.
Pero ¿saben? No encontré el amor. Descubrí, eso sí, charcos donde aplacar la sed; retazos de vida bohemia de fantasmas que se quedaban hasta el alba para adorar mis besos, pero a eso que llaman el amor de verdad ¡jamás lo encontré!
Por entonces el Tabaris dejó de ser lo que era y se convirtió en un burdel elegante. Las que allí trabajaban, diosas de un país remoto, soñaban que merecían el amor y que el trabajo era sólo una excusa. Pero el alba las sorprendía sin el fogoso amante nocturno, ni migas de besos. Solo la paga generosa en la mesa de luz y el adiós tácito.

Tal vez mi pasión verdadera fue, no digo uno, sino los cientos de boleros que canté, por suerte no caí en esos juegos traviesos. Aunque veladas embriagadas de perfume y vino chablis, no faltaron.
Ahora, permítanme, les voy a obsequiar una estrofa de mi canción preferida: “Alma mía, sola, siempre sola, sin que nadie sepa tu horrible padecer”.

Así camina por los pabellones, hablando sola para no volverse más loca como ella misma dice y entona estrofas como si ensayara para un concierto que sabe nunca se hará realidad. Las enfermeras, que ya la conocen, tratan de ignorarla. Si le prestan un poco de atención, ella retoma todo su repertorio y no acaba más.
Reconocen que pesar de ser tan extravagante canta muy bien. Tanto es así que cuando ella interpreta su canción favorita hasta las enfermeras que están a punto de jubilarse se creen con derecho a merecer un gran amor.
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Ediciones Libertarias, Madrid, 2004

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