martes, 22 de enero de 2008

PALABRAS ESCRITAS Nº 3 tercera parte


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"Danza macabra mejicana", dibujo de Miguel Pencieri
para el pxmo. Nº 5 dedicado a Juan Rulfo.
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PALABRAS ESCRITAS Nº 3
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tercera parte
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UN DIÁLOGO ENTRE BRASIL
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E HISPANOAMÉRICA
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ASUNCIÓN, PARAGUAY, SERVILIBRO 2007.
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Editorial Servilibro, enero 2007
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25 de Mayo esquina Méjico
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Asunción, Paraguay
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Tel/Fax: (595-21) 444.770
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Dirección:
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Alejandro Maciel, Amanda Pedrozo, Luis Hernáez
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Bmé. Mitre 2712 (1201) Buenos Aires.
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LA LITERATURA
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DE LOS ÚLTIMOS AÑOS:
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UNA SÍNTESIS
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Luis Fernando García Núñez
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¿Cómo mirar la ‘nueva’ literatura colombiana? y ¿cuándo empieza esa ‘nueva literatura’? Pregunta complicada de resolver en un país que todavía tiene entre sus hitos magníficos un libro como Cien años de soledad y un escritor como Gabriel García Márquez. En el 2004, Luis Fernando Afanador
1 decía que era muy difícil sintetizar la influencia de una obra que “posee una densidad que ofrece varios niveles de lectura”. Así, pues, además del impacto que produjo este libro en la literatura colombiana y universal, también “abrió un camino a cientos de escritores que se encontraban estériles porque habían creído el cuento de la muerte de la novela y del viejo arte de narrar, algo que nunca podía morir porque era tan simple como contar una historia desde el principio hasta el final”2.
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Para el objeto de este ensayo sí vale la pena, forzosamente, declarar que aquí se produce un rompimiento entre esa ‘vieja literatura’ y la ‘nueva literatura’. Sin embargo, muy poco podríamos decir que ese rompimiento haya sido para bien de las letras colombianas. Hay un intermedio que se debe estudiar detenidamente, porque creo que tenemos una serie de escritores y de obras, que aunque tuvieron cierta divulgación, alcanzaron mínima resonancia entre los críticos y, además, fueron opacadas por el gran éxito de García Márquez. Cito algunos nombres, que aún generan comentarios, y que igual que le sucedió al Nobel superan ese ‘macondismo’, como se ve en Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera
3, del laureado escritor.
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Muchos de esos “representan un proceso de involución que, según el crítico peruano Julio Ortega, caracteriza la literatura latinoamericana de la década del 80, puesto que se cambiaron los componentes de violencia, injusticia, pasiones extremas por un subproducto social de fácil consumo gracias a su buena dosis de ‘comedia, intriga y pasiones banales’”
4.
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Y es que “Complementariamente a la tendencia urbana de la narrativa de los últimos años, se da una literatura de provincia alrededor de Medellín, Cali, Ibagué, la Costa. Frente al grupo cultural que representa García Márquez, Alejandro Obregón, Enrique Grau, aparece, por ejemplo, el grupo de Antioquia, representado por el novelista Manuel Mejía Vallejo, o el grupo del Tolima, uno de cuyos mejores exponentes es Héctor Sánchez. El caso del grupo de Cali es un poco más complejo, debido a su afinidad cultural con el Caribe, así como también al peso de un autor como Gustavo Álvarez Gardeazábal y a lo que Marco Tulio Aguilera Garramuño (caleño) denomina ‘su mala leche’. Umberto Valverde ve en esta literatura de provincia otra característica de la nueva narrativa”
5.
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Otros nombres que han contribuido en la conformación de una literatura colombiana en los últimos lustros son, por ejemplo, quienes han ganado el Premio Nacional de Literatura que entrega la revista cultural Libros y Letras: Germán Espinosa, David Sánchez Juliao, Manuel Zapata Olivella y R. H. Moreno Durán. Y podemos agregar a Fanny Buitrago, Alba Lucía Ángel, Benhur Sánchez, Policarpo Varón, Milcíades Arévalo, Álvaro Mutis, Luis Fayad, Fernando Cruz Kronfly, Antonio Caballero, Arnoldo Palacios, Hernando Téllez, Flor Romero de Nohra, Helena Araújo, Roberto Burgos Cantor, Plinio Apuleyo Mendoza, Jesús Zárate, Próspero Morales Pradilla, Nicolás Suescún, Darío Ruiz Gómez, Jaime Ibáñez, Arturo Echeverri Mejía, Fernando Vallejo, Evelio José Rosero, Óscar Collazos, Ramón Illán Bacca, Nicolás Buenaventura, Pedro Gómez Valderrama, Julio Olaciregui, Andrés Caicedo -el escritor de los adolescentes colombianos que, en 1977, a los 27 años, se suicidó- y Rafael Chaparro Madiedo -en 1992 Premio Nacional de Literatura del Instituto Colombiano de Cultura-. Uno de los más destacados exponentes del siglo XX fue Héctor Rojas Herazo -considerado “uno de los fundadores de la nueva novela colombiana”
6-, además Elisa Mújica, Rocío Vélez, Marvel Moreno7. En realidad una larga lista. Sobre ellos recae toda la fuerza de la literatura colombiana de las últimas décadas.
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No olvidamos a los ensayistas Juan Gustavo Cobo Borda, Rafael Gutiérrez Girardot, Orlando Fals Borda, Danilo Cruz Vélez, Álvaro Camacho Guizado, Álvaro Pineda Botero, Eduardo Posada Carbó, Beatriz González, Eduardo Serrano, Rubén Sierra, Carlos Valderrama Andrade, Rafael Torres Quintero, José Manuel Rivas Sacconi, Jaime Mejía Duque, Simón Aljure Chalela, Carlos Rincón, Javier Arango Ferrer, Cecilia Caicedo, Cristo Figueroa, Gabriel Restrepo, y en literatura para niños, además de Fanny Buitrago, a Jairo Aníbal Niño, Celso Román y Alfonso Lobo Amaya.
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Es preciso indicar que los movimientos literarios aparecidos durante el siglo XX, contadas excepciones, no rompieron esa larga tradición que “ha alimentado el gusto y el respeto por el pasado ancestral que se sustenta en una fuerte línea intimista en la que prevalece la forma cuidada, el gusto por la imagen metafórica y el cultivo del ritmo y la musicalidad, unidos a la sugerencia y la ensoñación”
8. En alguna medida, a fines del siglo XIX, trató de superar esta etapa José Asunción Silva y ya en las primeras décadas del siglo XX “Los nuevos”, sobre todo León de Greiff, Luis Vidales y Germán Pardo García. Unos años después aparece “Piedra y Cielo”, movimiento caracterizado “por una fuerte influencia de los poetas españoles de la Generación del 27, además de Neruda y Guillén”9. Otros grupos son “Los cuadernícolas” con Rogelio Echavarría y Fernando Charry Lara; “Mito” con Jorge Gaitán Durán y Eduardo Cote Lamus, y el “Nadaismo”, con Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo Escobar, J. Mario Arbeláez, movimiento que propició un clima cultural en el país y que “rescató las vanguardias, al tiempo que, próximo a los torbellinos del inconsciente, se mostró fresco ante el erotismo, desvergonzado en el vocabulario y afecto a las temáticas urbanas”10.
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Y de esas vanguardias podemos mencionar a María Mercedes Carranza, Meira del Mar, Mario Rivero, Juan Manuel Roca, Giovanni Quessep, Raúl Gómez Jattín, Darío Jaramillo Agudelo, Ana Mercedes Vivas, José Luis Díaz Granados, Santiago Mutis, Jorge García Usta, Harold Alvarado Tenorio, Dora Castellanos, Olga Elena Mattei, Anabel Torres, Emilia Ayarza. Entre las “Nuevas voces”, están Piedad Bonett Vélez, Rómulo Bustos, José Luis Garcés, Javier Huérfano, Arturo Arcángel, Gustavo Adolfo Garcés, Cristóbal Valdelomar, Federico Díaz Granados, Darío Jaramillo Agudelo, Colombia Truque, por sólo citar algunos de ellas y ellos.
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Los finales del siglo XX
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En una mirada crítica a la producción literaria de los últimos años del siglo XX podríamos advertir que en Colombia, como en otros países latinoamericanos, los nuevos escritores buscaron ansiosamente romper los dilemas que surgieron después del mal llamado boom, alrededor del cual parecían presos. Con nuevas formas y temáticas quisieron rebelarse, pero tuvieron poco éxito. Sólo a finales del siglo empezó a surgir una generación que traspasó los límites de la provincia, para tener influencia en la literatura moderna y empezó a tener nombre y algún protagonismo. En ese oscilar entre la utopía y el vacío, como dice Luz Mary Giraldo
11, “hay una honda relación entre la experiencia vital y las diversas expresiones que se manifiestan en las artes plásticas, literarias, arquitectónicas y musicales, la vida política, cultural o social o las reflexiones filosóficas y los análisis teóricos y científicos: unos y otros hablan de una tensión interna en la vida cotidiana. Esta relación demuestra un mundo que parece dar vueltas en redondo al dispararse en las direcciones que el inmediatismo señala, regodearse en la frivolidad, lo transitorio, lo escandaloso y lo escabroso, y ampararse en un presente que constata el desinterés por el futuro”.
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En síntesis, este análisis vale la pena tenerlo en cuenta para ver, desde la misma producción literaria, una realidad que permita entender la dimensión de una literatura que perdió sus posibilidades a pesar, como lo hemos visto al principio de este ensayo, de una buena suma de escritores que bajo la sombra del prestigio de García Márquez, supieron aprovechar su habilidad, gracias al auge editorial y comercial que por primera vez permitía que ellos pudieran escribir, ser reconocidos, editar y vender sus obras.
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Ángela Inés Robledo, Betty Osorio y María Mercedes Jaramillo, compiladoras y editoras de Literatura y cultura. Narrativa colombiana del siglo XX, dicen en el “Estudio preliminar” que “La expansión de la modernidad en la narrativa de Colombia se da en un entorno cultural señalado por acontecimientos sociales, publicaciones y debates literarios sin los cuales no se habrían producido las obras contemporáneas del boom ni las del llamado postboom o de fines del siglo XX, que conforman el corpus más difundido de nuestra literatura”
12.
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Algunos autores y sus obras en estos primeros años del siglo XXI
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Para darle conclusión a este ensayo sólo nos quedaría hablar de los escritores que en estos últimos años han tenido resonancia en el mundo literario colombiano. Muchos de los nombres ya citados tienen hoy todavía notable influencia en el país y fuera de él, como sucede, por citar dos ejemplos, con García Márquez o con Laura Restrepo. Del primero tenemos su última y muy controvertida novela Memorias de mis putas tristes, y de Laura Restrepo la galardonada Delirio que ganó el prestigioso premio Alfaguara del 2004. Citamos, además, en esta síntesis a tres escritores nuevos cuyas novelas han sido o serán llevadas al cine: Jorge Franco, con su exitosa Rosario Tijeras, Satanás de Mario Mendoza y de Santiago Gamboa, Perder es cuestión de método, también autor de El síndrome de Ulises y Los impostores.
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A los mencionados sumamos autores como Antonio Ungar, con la novela Zanahorias voladoras, y los libros de cuentos Trece circos comunes, Las orejas del lobo y De ciertos animales tristes; Marco Schwartz, con Vulgata caribe y El salmo de Kaplan, obra que ganó el premio Norma de Novela; Enrique Serrano –uno de los mejores escritores colombianos de estos tiempos-, con La marca de España –premio Juan Rulfo- y De parte de Dios, y la novela Tamerlán. Otro autor es Alonso Sánchez Baute, con Al diablo la maldita primavera, que trata un tema tabú en Colombia como es el homosexualismo, pocas veces abordado, con algunas excepciones como la bella novela El beso de Dick de Fernando Molano, y Espérame en el cielo capitán, una crónica periodística de Jorge Enrique Botero.
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Además, bien vale la pena conocer la primera novela de Efraim Medina Reyes Érase una vez el amor pero tuve que matarlo (Música de Sex Pistols y Nirvana), otras son Técnicas de masturbación entre Batman & Robín y Sexualidad de la pantera rosa. Aquí podremos agregar a creadores como Roberto Rubiano Vargas, Juan Manuel Roca, León Valencia, Alberto Salcedo, Patricia Lara, Javier Darío Restrepo, Silvia Galvis, Arturo Alape, Guillermo Cardona, algunos de ellos con una amplia trayectoria en el trabajo periodístico.
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Otras voces son las de Germán Santamaría, finalista en dos ocasiones del Premio Casa de las Américas con No morirás y Morir último, y ganador del Premio Iberoamericano de Primeras Novelas en Santiago de Chile; Gabriel Pabón Villamizar, quien recibió el premio internacional Juan Rulfo-Radio Internacional y ha publicado, entre otros, el libro de relatos El visitador y otros cuentos; Ricardo Cano Gaviria autor de Una lección de abismo y El pasajero Walter Benjamín; Octavio Escobar Giraldo con su premiado libro De música ligera, Jorge Aristizábal que con Gramatical psycho ganó el Concurso Nacional de Cuento, Carolina Alonso que en sus relatos Navegaciones y naufragios se revela como una de las nuevas figuras femeninas de la literatura colombiana.
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Un autor redescubierto en estos tiempos es Tomás González que en 1987 ganó el premio Plaza & Janés con la novela Para antes del olvido. Otros libros de este escritor son La historia de Horacio y Los caballitos del diablo. Y capítulo aparte merecen William Ospina, reconocido ensayista -premio nacional de ensayo de la Universidad de Nariño, premio honorífico de ensayo Ezequiel Estrada de Casa de las Américas y Premio Nacional de Literatura por votación popular, 2006, que concede la revista Libros y Letras-, que con su exitosa Ursúa, ha contribuido al resurgimiento de la narrativa nacional es, además, autor de las novelas Las auroras de sangre, La decadencia de los dragones, La herida en la piel de la diosa, y ensayos como Aurelio Arturo, La franja amarilla, Los nuevos centros de la esfera; Ángela Becerra quien ganó el Premio Azorín de Novela 2005 con El penúltimo sueño y es, además, autora de Alma abierta y De los amores negados, y Héctor Abad Faciolince, uno de los escritores más influyentes en Colombia y del cual mencionaremos Fragmentos de amor furtivo, Tratado de culinaria para mujeres tristes, Malos pensamientos (cuentos), Asuntos de un hidalgo disoluto, Basura (Premio Casa de las Américas), Angosta.
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Igual que William Ospina, Antonio Caballero, Alfredo Molano, Abad Faciolince es otro de los ensayistas actuales más leídos en Colombia y alcanzó en 1998 el premio nacional de periodismo Simón Bolívar por sus columnas de opinión. Reseñamos aquí el trabajo crítico de Patricia D’Allemand por su rigor científico y su calidad, como se puede ver en Hacia una crítica cultural latinoamericana. En este campo están las obras de Diógenes Fajardo, María Mercedes Jaramillo, Ángela I. Robledo, Betty Osorio, Luz Mary Giraldo, Monserrat Ordónez, Luis Fernando Afanador, Neila Pardo, Constanza Moya, David Jiménez, Azriel Bibliowicz, ... Sé que faltan nombres valiosos en esta lista, que será ampliada en un ensayo más extenso, próximo a aparecer.
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Ahora sí, para finalizar, podemos agregar a la lista de creadores colombianos los nombres de Juan Álvarez con Falsas alarmas -Premio Nacional de Cuento del IDCT-; Germán Bula, con la novela Ruedas dentadas; Andrés Burgos, autor de Manual de pelea y Nunca en cines; Luis Fernando Charry, La furia de los elementos; Margarita Posada, De esta agua no beberé; Álvaro Robledo, Nada importa y Final de las noches felices
13. A ellos podemos sumarles los más nuevos: Carolina Sanín, Ricardo Silva, Juan Gabriel Vásquez, Carlos Gustavo Acosta, Javier Correa Correa, Antonio García, Ignacio Piedrahita, Carlos Alberto Celis, Dulce María Bautista, entre otros.
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Hasta el fin de los tiempos.
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Norma Segades Manías
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Justo no quiere que mi hermano entre en sospechas. Dice sentir temor a la reprobación de la familia. Por eso, al hablarle de este latir secreto en mis entrañas, le pregunté. -¿Por qué no me desposas? ; ¿qué haremos, tu hijo y yo, si no regresas?
La Patria está primero - fue la única respuesta antes de que los ojos se eclipsaran, lejanos.
Sin embargo y pese a mi vergüenza, él aún está en el pueblo. Algunos de los peones de la casa lo vieron, al crepúsculo, merodeando con igual sigilo los lánguidos susurros del satín en las tertulias como las ásperas faldas de percal que se menean entre vinos y coplas y guitarras, más allá de extramuros.
Las ventanas con rejas se abren hacia el patio para no detener el penetrante aroma de naranjos ni el paso de la brisa que llega desde el río. En el salón, una mujer pequeña, el pelo encadenado en una trenza, parece una vasija de silencio bordando el desamparo desde su silla oscura, tapizada en brocado color sangre. El hombre, alto y moreno, viste camisa clara y un pantalón oscuro sujetos por un par de tiradores, obra de artesanía surgida de las manos de su hermana. Es tanta su molestia que, por momentos, se atusa los mostachos o golpea su fusta contra las altas botas de cuero renegrido mientras recorre toda la habitación con grandes pasos. Los ojos guardan un matiz de pena navegando en el odio que lo embarga.

De repente, camina hacia la puerta y acerca el hombro izquierdo al marco de madera. Detiene el pensamiento en la esquina quebrada de la noche y un golpe de impotencia le enciende las mejillas. Ha descubierto, en medio de la nada, hundida en el adobe del establo, esa argolla desnuda donde, hasta hace unas jornadas, se enlazaban las bridas del caballo tordillo piafando su impaciencia cuando se demoraba el regreso del amo.
Aquél día, cuando entró en nuestra sala, mis ojos no pudieron dejar de perseguirlo. Él, con aire indiferente, se me acercó despacio, simuló interesarse en el paisaje que temblaba en mis manos y me rozó la nuca con los dedos antes de dirigirse a escritorio donde José y su hermano, discutían acerca de batallas y tropas sublevadas.

Librada, la mayor de nosotras, me miró con rencor mal disimulado. Hasta Teresa, mi dulce hermana y su cuñada, lo miró con desprecio y se volvió hacia mí con una pena enorme en la mirada. No habrán de perdonarnos. Ninguna de las hembras de los López Jordán podrá entender jamás esos vagabundeos de mi amado, empecinado en lloviznar su hombría sobre vientres fugaces.
Nunca comprenderán esta locura porque ignoran que, pase lo que pase, yo estoy unida para siempre al destino de Justo. Porque aquella noche en que su fuego me transformó en mujer, mientras el penetrante aroma de la yerbabuena trepaba la frescura de la noche para mullir mi espalda y su áspero delirio desandaba el misterio de mis muslos, él juró por la luna, por su vida, que nosotros éramos uno solo, indivisibles hasta el fin de los tiempos.
Luego, cortó unos tímidos azahares, los enredó en mi pelo y yo me sumergí en cada promesa como si fuera una mujer sin casta. A lo lejos, el reloj de la sala comenzó a repicar. Había transcurrido media hora después de diecinueve campanadas.

Detrás de las siluetas de los talas, una luna redonda recorta, por instantes, la robusta figura del jinete que se protege el cuerpo con poncho de vicuña.
Los cascos del caballo baten la áspera tierra montielera, esquivan las espinas, trepan por las cuchillas y descienden, sin tregua, con destino sudoeste.
Parece no pensar y, sin embargo, va planeando las palabras precisas, convincentes, calculadas, como cada jugada sin escrúpulos que jalona el transcurso de su vida.
Pone el tordillo al trote y al ascender la loma, lo sofrena ciñéndole el bocado. Entonces, le acaricia el cuello sudoroso e impulsa, con las riendas, un giro a su derecha.
Desde allí se incorpora en los estribos y otea el horizonte. Adivina un fulgor cercano al río, que, sin embargo, sabe inexistente. Ya no es posible vislumbrar la aldea.
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o**o
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Entrecierro los ojos y bajo la cabeza.
¡Cuánto esfuerzo me cuesta mantenerme serena en el instante gris de la vergüenza! Repetirme que lo amo; y que me importa un rábano la gente, el apellido ilustre, la voz de las comadres... los gritos que amenazan con encerrar mi nombre entre los paredones de la estancia
Me asalta una demente rebeldía. ¿Qué intenta reprocharme ahora la familia? ¡Nunca ignoraron que me cortejaba! No me siento culpable porque nadie tuviera la osadía de compararme a alguna de las otras. En realidad no estaban tan equivocados. Jamás tendré la fuerza, las agallas de Encarnación o Tránsito, que se quedaron solas soportando la afrenta; o de Segunda, marchándose a Concordia cargada de bastardos.
Sin embargo, hay preguntas estallando detrás de mis mordazas. ¿Dónde estaba ese nombre aristocrático que hoy todos me reclaman, mientras yo me encendía con sus besos? ¿Dónde, cuando sus manos encerraban mis senos transmitiéndome el eco de su urgencia? ¿Dónde, en tanto lo dejaba penetrar en mi alcoba, en mi alma, en mi cuerpo?
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Le asalta la memoria una mata de pelo derramando su noche en las almohadas y el palpitante aroma de esos pechos erectos respondiendo al llamado de sus labios.
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Desecha, con un gesto, la impertinencia de los remordimientos.
Ella comprenderá -masculla con fastidio- Ella comprenderá, como lo han hecho todas. Lo pasado... pisado.
Hace caracolear a su cabalgadura, incita los ijares de la bestia y se lanza al galope, a campo abierto.
Pascual Echagüe aguarda su llegada antes de que amanezca.
No es tiempo de pensar en el "hembraje".
José Ricardo sufre en carne propia la felonía de ese mozo burlón en quien depositara su confianza. Parece recordar las sobremesas, las largas discusiones acerca de la Patria y esa ciudad enorme, Buenos Aires, propietaria del puerto, gritando sus deseos de administrarlo todo, de decidir destinos en los pobres estados interiores.
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Mi hermano no ha sabido reaccionar ante el trance.
Pero eso ya no importa en este instante en que yo, la hija de Tadea, primera fundadora de la villa; la malquerida Cruz, la señalada, la huérfana de amor, cometí este pecado de gestar el oprobio en mis niñas espurias.
No ha sido necesario pronunciar las palabras. Él y yo las sabemos. Hemos sido educados en mitad del orgullo y entendemos que no hay escapatoria. El alba que me trajo la huida de mi amado, hube de consentir con mi destino.
La mano fuerte estrecha, con firmeza, el miedo manifiesto de Don Pascual Echagüe.
Lo palmea en el hombro, para tranquilizarlo. Sin embargo, el dueño del poder parece complacerse en que le teman. Se le hace inevitable.
Luego, voltea hacia ese hombre de la caballería que su aliado ha traído entre la escolta. Se observan desafiantes, parecen dos serpientes, aguiluchos dispuestos a disputar despojos.
Don Juan Manuel parece dudar, por un instante, y luego, arroja al aire el inusual sonido de su risa. ¡El hombre es su reflejo!... y, tan sólo por serlo debiera fusilarlo. Pero, ¡qué diablos! ¡Ni al mando de su pluma ilimitada podrían perdonarle sentencia semejante!
Cuando estrecha su mano, así, sin enojarse, confiesa ante la tropa que esa presencia altiva no le inspira confianza. Después, como si nada, reparte unas divisas federales entre los gauchos que sirvieron de séquito para el oculto encuentro diplomático.
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Al caer de la tarde, trozos de carne asada, botijos de aguardiente y un poco de tabaco aflojan las tensiones junto al fogón de loas y guitarras.
Desde lejos, fríos ojos celestes buscan en la penumbra y, de pronto, se encuentra con los pardos que rastreaban los suyos o, tal vez, esperaban que llegaran. Ya no cabe, entre ellos, la ironía. Arteros, codiciosos, saben imprescindible la vigilia. Olfatearon ese cierto tufillo solapado que emite el enemigo. Por lo tanto, la sonrisa canjeada a través de la hoguera, no llega a las pupilas.
Levanto la mirada hacia su rostro. El hijo de mi hermano ha alcanzado la altura de su padre pero, si no me engaño... la estatura del Pancho.
Aunque no dice nada en mi presencia, bien sé que no soporta saber que su apellido es motivo de mofa en las tabernas. Rumorean las criadas que ha jurado cobrarse las injurias. Dios sabe que lo entiendo. Quizá porque este cauce de mis venas altera su cadencia cuando lo asaltan los recuerdos y cada vez me cuesta más apaciguarlo, aunque haya aprendido a atravesarlo con el filo letal del disimulo.
Ricardo siempre viene a acompañar mis votos de silencio, a mirar los tapices con esa tolerancia del que sabe desmadejar los hilos de la espera.
Inclino el bastidor para mirar el brillo del paisaje. Huye un jinete, sobre potro arisco, hacia la madrugada
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o**o
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En el desván, como una vieja araña condenada a su callado mundo de texturas, perdí toda noción de calendarios. Ya nadie me recuerda, exceptuando a Ricardo.
Tal como imaginaba cuando era apenas mozo, resultó un entrerriano verdadero. Es un buen federal... como era Pancho. Tiene un sentido innato de lo que debe ser la democracia y pretende que todas las provincias impongan voluntades a la fuerza egoísta de aquellos que componen la nueva aristocracia del país, por la sola decisión de una herencia geográfica.
Persiguiendo su sueño, maniató los rencores juveniles y luchó junto a Justo como portaestandarte del ejército y su hombre de confianza. Cuando vino a contármelo temblaba de vergüenza. Yo, con algo de sorna, murmuré en sus oídos: -¡Primero está la Patria!...

Pero la guerra no termina nunca y el hambre se guarece en las taperas...
Fue después de la victoria de Caseros cuando le mostré aquel trabajo donde, al frente de un ala de la caballería, el jinete del moro enjaezado de plata cargaba, sable en mano, contra tropas porteñas.
Él se mostró molesto y sorprendido. No podía entender cómo tuve conciencia del momento más crucial y feroz de la batalla.
No me atreví a explicarle que es la luna quien borda, por la noche, los presagios; quien trae, a mi ventana, las noticias que ruedan más allá de estos muros... Que si el sucio villorrio de Arroyo de la China se ha convertido en una gran ciudad; que si él habita ahora en una fortaleza semejante a un palacio; que si acaso Dolores, esa esposa aniñada parece temerosa de su fuerza; que no se me parece, que es mansa, rutinaria, predecible... un útero sumiso devolviéndole vástagos.
Frente al puerto, vistiendo su uniforme de combate, tres batallones de odio esperan la llegada del ex - boletinero del Ejército Grande. Inmóviles, observan como el vapor amarra junto al muelle. Trae un nombre pintado al filo de la proa: Pavón... Cosas del presidente; ese fatuo maestro provinciano que se complace hurgando entre las llagas. En tanto, el hombre que los guiara en las batallas se ha confundido con los unitarios en abrazo fraterno.

La comitiva inicia su marcha. Bien puede Don Domingo sentirse satisfecho y a salvo de atentados. Al borde del camino lo custodian los gauchos federales.
Luego de recorrer más de seis leguas, la entrada principal abre sus puertas para mostrar las bellas avenidas cubiertas por magnolias y que conducen al jardín privado en donde se detiene la carroza.
Una alfombra de pétalos de rosas se humilla ante el paso de cada funcionario. Y ahí quedan, pisoteados, aplastados contra la esencia misma de la tierra.
Quizá no sea del todo conveniente que los rudos veteranos de guerra, los hombres licenciados de la caballería sean forzados a rendir honores. Nunca entendieron de política. No son más que paisanos ignorantes, la carne que devoran los cañones, pero después... no sirven para nada.
Ya son las siete y cuarto. La luna se ha sentado en mi ventana y me señala, con sus dedos finos, los arcones.
Busco el antiguo traje, el mustio ramillete y los puñados huecos de promesas que guardé en los armarios...
Han pasado las siete de la tarde. Toma mates amargos en esa galería prolongada que mira a la quietud de los rosales.
El bullicio lo asombra pero no lo sorprende. Piensa que es la partida a punto de llegar de Nogoyá. Sin embargo, no escucha que el galope se detenga en el puesto de guardia estipulado.
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¿Qué ruido es ése? -pregunta conmovido, mientras cinco personas penetran por los patios de servicio. Como una bofetada, el vendaval de los presentimientos, le azota las mejillas. Apenas lo comprende, su voz suena molesta y exaltada: -¡Canallas! ¡No se mata así a un hombre, entre su casa!
Como única respuesta, se oye el seco estertor de los disparos.
Siento un dolor ardiente aquí, junto a la boca. ¡Debo cambiarme rápido! La luna está apurada.
Es Nico Coronel quien le hunde, por dos veces, el cuchillo en el pecho. Después, el mismo Luengo, en el nombre del Chacho, lo apuñala en el vientre.
Pariendo sus semillas de agonía, él alcanza a escuchar aquellas voces que le llegan de lejos:
-¡Muera el traidor Urquiza! ¡Viva López Jordán!
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Me clavo los colmillos para no proferir ninguna queja.
Tres veces siento el filo del dolor crispando hilos de muerte en mi regazo.
A lo lejos, el reloj de la sala anuncia que ha pasado media hora, después de diecinueve campanadas.
Destrenzo mis cabellos y los derramo, lujuriosos de noche, en las almohadas.
A mi lado, una luna de rostro vengativo ha venido a cobrarse viejas deudas. Yo la miro, callada, mientras hunde las últimas puntadas en este tapiz en el cual, cautivo en el misterio que sus propias palabras conjuraron, el jinete de grandes ojos pardos comienza a atar las riendas del tordillo en el aro que cuelga entre la hiedra del establo.
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ALICIA EN EL PAÍS DEL SUEÑO
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Víctor Montoya
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Alicia, la niña de rostro angelical y sonrisa dulce, juega con sus gatas recostada en el sillón, donde se sumerge en el sueño, mientras la brasa crepita en el fogón.

En el sueño se le presenta un problema y el problema requiere solución. Ella se incorpora en el sillón, salta al patio a través del espejo y corre sin apenas rozar la hierba, hasta alcanzar un monte desde cuya cima contempla una extensa llanura, cruzada por arroyos que forman los escaques de un gigantesco tablero de ajedrez.

En el país del sueño, donde los insectos tienen voz y las gatas son reinas encantadas, Alicia se dispone a jugar al ajedrez. Así, antes de que el sol bañe el campo con su dorado resplandor, sortea los obstáculos y salta por encima de los arroyos, sin detener los pasos ni volver la mirada.

De pronto, en medio de las frondas batidas por la brisa, escucha mi voz parecida al pitido de un tren:

–Soy yo –le digo–. El rey blanco que sueña contigo mientras escribo este cuento.

Ella me mira con dulzura, lanza un suspiro y prosigue su camino.

–¡Jaque! –grita alguien.

Alicia voltea la cabeza y fija la mirada en el unicornio de un caballo azabache, cuyo jinete está enfundado en roja armadura, casco cónico con nasal y cota de mallas que le llega más abajo de las rodillas.

–Considérate mi prisionera –le dice, manteniéndose lanza en ristre.

Alicia, luciendo un vestido floreado que baila con la brisa, desoye la amenaza y se acerca hacia el jinete. Entorna los párpados y acaricia la crin del caballo. En ese trance, otra voz estalla a sus espaldas; es la voz del caballero ataviado de blanco, quien, apeándose del brioso corcel y haciendo venias, saluda a su futura reina. Ella contesta el saludo y le ordena montar en el corcel para enfrentarse a su rival, quien lo está mirando severamente, como retándolo, al límite de emprender la embestida.

Alicia aprovecha el desconcierto y se escabulle detrás de un árbol, cuya sombra se proyecta como un pozo insondable a sus pies. Tiene temor en los ojos y la respiración atascada en el pecho. Se sujeta del árbol y observa a los caballeros enfrentándose en duelo.

–Es mi prisionera y no permitiré que te apropies de ella –advierte el caballero rojo.

–Era, querrás decir –corrige el caballero blanco.

Los caballos relinchan echando babas por el belfo y los jinetes, mirándose a los ojos, se trenzan en un feroz combate, hasta caer abatidos en medio de un estrépito de lanzas y armaduras.

El caballero rojo se levanta pesadamente, se acomoda a horcajadas en el lomo ensillado de su caballo y se retira a galope tendido.

El caballero blanco, que fue lanzado por los aires y rodó por el suelo, demora tanto en ponerse de pie como en montar al corcel; lleva armas de guerra, un yelmo que relumbra a cielo abierto y una cota de mallas tejida con anillos de hierro. Afloja las riendas, espolea los ijares con sus tacones claveteados y avanza a pasitrote, como si flotara en la nada.

Alicia, que no quiere ser prisionera sino reina, hunde la cabeza en el pecho y clava la mirada en el suelo.

–Pierde cuidado –asiste el caballero blanco, espada corta en el cinto y lanza en mano–. Seré tu escudero hasta que cruces el último arroyo.

Alicia se retira del árbol, levanta la mirada y agradece la cortesía con una sonrisa a flor de labios.

Cuando Alicia llega a la orilla del último arroyo, donde comienza y termina el gigantesco tablero de ajedrez, el caballero blanco se despoja de su yelmo, se arregla el bigote y dice:

–Sólo hace falta que cruces el arroyo para ser coronada como reina.

Alicia se despide del caballero blanco, quien le salva la vida y la guía en el camino. Cruza el arroyo de un brinco y cae sobre un remanso de flores y de hierbas.

En el país del sueño, como en el tablero de ajedrez, donde todo tiene su lugar y su tiempo, Alicia es coronada con una diadema engastada en relumbrante pedrería; entretanto yo, su rey blanco, me resisto a despertar por temor a que se apague cual una vela.

Al concluir la ceremonia, Alicia es despertada por el ronroneo monótono de sus gatas y el gigantesco tablero de ajedrez desaparece como por ensalmo, pues el mundo onírico no es más que el reflejo invertido de la realidad, donde Alicia soñó que la soñaba yo.
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La construcción de la competencia literaria en ELE.
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Textos y contextos
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Alejandra Aventín Fontana
Appalachian State University
Universidad Autónoma de Madrid
alejandraaventin@yahoo.com
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A Roland Barthes en una ocasión que le preguntaron por el significado de la literatura dijo que Literature makes the meaning and the meaning makes life [2]; esto es, que la literatura es creadora de significado y que el significado es a su vez creador de vida y de sentido.
Nuestra identidad se fragua a partir de lo que vivimos y una parte de esa vida está constituida por nuestras lecturas. El texto literario es creador de mundos que se erigen como construcciones culturales. Umberto Eco habla de “modelos de mundo” y del “mundo posible” [3]. Sin embargo, en tanto que no podemos aprehender la realidad y en consecuencia describir el mundo circundante en su totalidad, tampoco podremos establecer un mundo alternativo completo. El mundo creado siempre tiene detrás al escritor, que tal y como Lotman y la escuela de Tartu afirman escribe en unas coordenadas espacio-temporales determinadas. El lector del texto literario en este caso según Andrés Mendoza Filolla [4], la teoría de la recepción y las teorías cognitivistas del aprendizaje, es un ente activo que participa y colabora en la construcción del significado del texto.
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Dubin et al. [5] se refieren al proceso lector como un comportamiento cognitivo basado en los distintos tipos de conocimientos de la estructura cognitiva del sujeto. Dicha estructura la integran sus conocimientos, que constituyen a su vez lo que se ha llamado esquema (schema o schemata en inglés) en la memoria a largo plazo [6]. Cuanto mejor sea la destreza lectora de una persona, más rápido podrá llevar a cabo el proceso. Durante la lectura el sujeto hace predicciones sobre el significado del texto, a medida que lo va reconstruyendo. Los resultados dependen de sus conocimientos y de su capacidad de razonamiento. Se trata de un proceso doblemente interactivo, en tanto que abarca la interacción del lector con sus conocimientos y con el texto.
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La Doctora Magdalena Viramonte de Ávalos [7] concibe al lector como un estratega. La lectura no es un proceso automático sino estratégico: en función del objetivo que se persiga, será el modo en el que se realice, los elementos en los cuales se ponga mayor atención, la cantidad de conocimientos previos que entran en juego, el grado y el nivel de reestructuración del contenido para hacerlo congruente a los esquemas mentales propios.
Ahora bien, en el caso de la lectura de textos literarios esta actividad interactiva presenta una serie de particularidades por la relación que se establece entre quien lee y el texto leído, en tanto que éste no es sino un “mundo posible”, en términos de Umberto Eco. Lo interesante de la teoría de Eco es que según el estudioso, el mundo que crea el escritor en sus novelas es una construcción cultural. Se trata de un universo en el que “no sólo interactúan los personajes de los que el texto habla, sino también aquellos que hablan en el texto: el enunciador y el enunciatario.”, tal y como indica Foucault [8]. El lector cuando lee un texto literario se convierte en enunciatario o en narratario, “alguien a quien el narrador dirige sus palabras” [9].
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Por tanto, el texto literario se erige como un complejo constructo cultural, cuya dinámica interna lo convierte en un ente independiente al tiempo que lo liga a la cultura en la que es engendrado, en tanto que el escritor lo concibe y lo escribe desde lo que es. Por ello, hay que tener en cuenta por un lado, las circunstancias vitales que vive su autor cuando lo escribe, las coordenadas espacio-temporales y la cultura que le rodean. Por otro, habría que considerar el momento en el que el lector lo lee y todo lo que eso conlleva.
Este hecho convierte al contexto en el caso de la lectura y de los textos literarios en particular, en un elemento clave dentro del esquema comunicativo: “Inserto el texto en un acto de comunicación, se evidencian sus vínculos con la cultura (en el fondo lo que se dice es que es imposible una lectura que considere el texto en sí, sin tener en cuenta el contexto).” [10]
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De esta manera, frente al modelo de esquema comunicativo de Nutall [11] que señala como elementos clave de la lectura al escritor, al lector y al texto, sin hacer alusión al contexto, nosotros nos adscibrimos a la propuesta de Monique Denyer [12] quien reivindica su importancia y define la lectura en función del lector, el texto y el contexto.
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El contexto en la comunicación escrita difiere por lo tanto del contexto de la comunicación oral, además por lo que hemos visto en el caso de los textos literarios, tal y como señalan Fernández y Sanz porque la “dificultad es proporcional a la distancia espacio-temporal entre los respectivos contextos del emisor y del receptor” [13]. Queremos igualmente subrayar el hecho de que en el caso de la lectura de una novela o un cuento, el emisor suministra al lector una gran cantidad de información en relación a aspectos que tienen que ver con la cultura o el contexto situacional en el que se desenvuelve un intercambio entre dos personajes que protagonizan la escena a la que el lector se enfrenta.
En este sentido podemos entender el contexto dentro del esquema comunicativo aplicado al texto literario a su vez, como un contexto dentro otro contexto; esto es, como un juego de cajas chinas. Esto es especialmente perceptible en obras como El Lazarillo en las que nos encontramos con un yo-protagonista o en narraciones inscritas dentro del realismo.
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Este contexto dentro del contexto puede ser de una gran utilidad a la hora de presentar de manera natural aspectos que forman parte del elemento sociocultural en la enseñanza de ELE, bien porque la obra de literatura sea actual y muestre situaciones comunicativas cotidianas, bien porque forme parte de la tradición literaria de la LO, y entonces sirva para conocer su memoria y entender mejor la presente. Las obras clásicas de la literatura además de ser “Cultura” son entonces también portadoras de “cultura” y “kultura” en términos de Miquel y Sans [14].
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Pero las obras literarias son igualmente un mosaico de la interculturalidad. Cuando un estudiante universitario extranjero lee La Regenta de Leopoldo Alas “Clarín” probablemente tiene en la cabeza la temática universal que Shakespeare inmortalizó en obras como Hamlet o el tono de desencanto y osadía de La flores del mal de Charles Baudelaire: “Todo lector al oír un texto tiene siempre en cuenta la experiencia que en cuanto lector tiene de otros textos.”, afirma Martínez Fernández [15].
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Este diálogo con nuestros conocimientos y nuestras lecturas previas convierte al texto en un ámbito esencialmente dialógico y clave, que trasciende el aprendizaje de lo sociocultural y nos sitúa en el campo de la interculturalidad, a través de lo que se ha llamado intertextualidad. La intertextualidad “sienta las bases para la consideración de toda cultura como un texto único.” [16].
La intertextualidad se refiere a:
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*la relación de un texto con otro u otros textos,
*la producción de un texto desde otro u otros precedentes,
*la escritura como “palimpsesto”,
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...afirmaría Genette, en cuanto que supone la preexistencia de otros textos, la lectura interactiva, lineal y tabular a la vez.[17].
El texto literario, tal y como Lotman [18] señala tiene tres funciones básicas: una función comunicativa, otra semiótica, generativa o creadora de significados y otra simbolizadora que convierten la lectura del texto literario en reflejo de la cultura y motor de la interculturalidad.
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Al igual que Denyer [19] creemos que la lectura que hemos de promover y más en el caso de aprendientes de niveles avanzados y superiores con un buen conocimiento del código lingüístico, es la lectura semiótica. Tal y como explica Marta Sanz [20], se trata de que el aprendiente haga suyos los espacios de connotación y sea capaz de leer lo que está escrito y lo que no lo está.
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La enseñanza comunicativa se caracteriza por estar centrada en el aprendiente. El papel del profesor no es sólo de transmisor de conocimientos sino que ha de ayudar al aprendiente a construir una nueva realidad: la de la lengua meta. Pero ¿cómo es esta nueva realidad? Quizá para responder primero a esta pregunta, sería necesario dar una respuesta a otra: ¿cómo es su realidad? Es una responsabilidad como docentes inducir a nuestros alumnos a la reflexión sobre su propia realidad, a partir de la cual han desarrollado su identidad. Sólo así podrán entender la LO como una realidad en sí misma. Tal y como afirma Yule [21] las lenguas reflejan las culturas.
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Esta observación no implica en ningún caso, que no sean tenidos en cuenta los aspectos relacionados con la competencia lingüística. Cassani et al. [22] definen la lengua como la llave de la cultura, ya que nos permite transmitir el mundo de fuera y el de dentro y organizar nuestro pensamiento. La lengua es también un corpus teórico importante que define las formas y las relaciones de un código.
Nosotros reivindicamos el papel del elemento sociocultural dentro del aprendizaje de segundas lenguas desde la perspectiva intercultural y para ello abogamos por subrayar la importancia de adoptar una postura integradora y conciliadora de todas las subcompetencias que integran la competencia comunicativa. En este contexto, la lectura de textos literarios, especialmente en el nivel avanzado y superior es una herramienta como ya hemos visto, fundamental para el desarrollo de la competencia sociocultural y “para el análisis contrastivo de las culturas que redunde el fortalecimiento de las habilidades interculturales del alumno.” [23]
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Celce-Murcia y Olhstain en su obra Discourse and Context in Language Teaching. A guide for Language Teachers subrayan la importancia del contexto y lo sociocultural en la construcción de la competencia comunicativa [24].
Es necesario enseñar la lengua en contexto o “language in use”, en términos de Celce-Murcia y Olhstain. Un concepto que aclaran al explicar que “It presupposes that we know that “language” consists of and that a piece of discourse in an instance of putting elements of language to use” [25].
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El uso de la lengua implica por tanto, la habilidad para interpretar y producir discurso en contexto, tanto en la comunicación oral como escrita. Con el concepto de discurso, las líneas entre el texto y el contexto y en particular, en el caso del texto literario, se desdibujan y a menudo se confunden dando lugar a un continuo.
Celce-Murcia y Olshtain parten del modelo que Canale y Swain (1980) proponen de competencia comunicativa. Para Canale y Swain, la competencia comunicativa recordemos que está constituida por la competencia lingüística (conocimiento formal), la competencia discursiva (cohesión de formas y coherencia de sentido), la competencia sociolingüística (adecuación) y la competencia estratégica (asegurar flujos de comunicación) [26]:
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Los autores de Discourse and Context in Language subrayan la importancia de la competencia discursiva frente a todas las demás ya que
It is in discourse and through discourse that all competencies are realized. And it is in discourse and through discourse that the manifestation of other competencies can be best observed, researched and assessed. [27]
La lectura de textos literarios repercute positivamente en el desarrollo de la competencia discursiva, competencia clave, en tanto que no sólo relaciona todas las destrezas y habilidades sino porque permite a través de la noción de discurso explicar la dinámica y las herramientas necesarias para la correcta construcción de contextos que en definitiva, nos van a permitir seguir leyendo textos a través de los cuales mejorar nuestro conocimiento cultural, desarrollar la competencia intercultural y en última instancia, la competencia comunicativa de nuestros alumnos.
La literatura en este contexto, tal y como señala Marta Sanz (2000) podemos incluirla dentro la competencia intercultural y más concretamente dentro del saber cultural, en el esquema que presenta el Marco de referencia europeo (2002) y que analiza Zárate (2002) [28]:



Estos cuatro saberes se relacionan horizontalmente y no son únicamente conocimientos
sino también habilidades y estrategias que se activan y se relacionan entre sí de un modo interdisciplinar ya que gracias a mi saber cultural (mis lecturas) puedo enriquecer
mi saber sobre el otro, y ese incremento positivo repercutirá necesariamente en el ámbito de un saber hacer cotidiano que, al mismo tiempo, está diciendo cosas de mí, de mi personalidad y de mi posición en el mundo. [29]
Como ya hemos visto anteriormente Lourdes Miquel y Neus Sans [30] realizan tres subdivisiones dentro del término cultura y distinguen entre “Cultura”, “cultura” y “kultura”. Incluimos la literatura dentro de la “Cultura” como parte del saber cultural aunque como ya hemos explicado, ésta es portadora a su vez de “cultura” y “kultura”. Pero la literatura y en concreto, la lectura de textos literarios, además de formar parte de la “Cultura” debemos entenderla como una competencia, ya que supone la puesta en práctica de destrezas y microdestrezas, de habilidades específicas, en combinación con una serie de conocimientos que se materializan en el acto de la lectura. Además incluye conceptos como: el lector, las reglas del arte y de la retórica, la manipulación lingüística, la vida, la experiencia del que lee y del que escribe, el contexto humano y social de los emisores y los receptores de las producciones literarias e incluso la posibilidad de construir visiones novedosas de la realidad y del mundo. [31].
Proponemos a continuación una serie de conocimientos que el profesor y aquellos dedicados a la producción de materiales han de trasvasar didácticamente al alumno con el fin de facilitar el proceso lector que se pueden encontrar en Sanz [32]:
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a) Conocimientos culturales:

-Conocimiento histórico.
-Conocimiento sobre el conjunto de la obra del autor con el que se va a trabajar.-Conocimiento de la historia literaria.
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b) Conocimientos especializados:
- Conocimiento de las características del género (previsiones a partir de la idea de macro y superestructura).- Conocimiento sobre conceptos generales de la teoría literaria.
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c) Conocimientos del código lingüístico:
-Conocimiento lingüístico general.-Conocimiento lingüístico específico (características del lenguaje literario: polisemia, ambigüedad, sugerencia, expresividad, poca presencia de explicitud, etc. ...).
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d) Conocimientos de didáctica.
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Cabe señalar que para poder llevar a la práctica el apartado d) es fundamental que el profesor planifique sus clases incluyendo el desarrollo de estrategias de metacognición en el proceso de enseñanza-aprendizaje. El conocimiento metacognitivo [33] regula entre otros, el conocimientos condicional requerido para poder actuar estratégicamente e incluye el conocimiento de las estrategias, de los diversos objetivos o tareas que se quieren alcanzar y de las personas en cuanto a sujetos cognoscentes. Este tipo de conocimiento se adquiere por medio de las experiencias metacognitivas. Esto es, gracias a las ocasiones en que se toma conciencia de los esfuerzos, los triunfos y los fracasos sufridos durante los diversos comportamientos cognoscivos. Si a este conocimiento agregamos la capacidad de regular los propios procesos cognitivos llegamos a lo que se denomina metacognición. El apartado d) en su puesta en práctica promueve el desarrollo de la autonomía del aprendiente y le enseña a “aprender a aprender”. Sin embargo, no se trata siempre de ampliar los conocimientos metacognitivos mediante la instrucción directa. Es necesario tener conciencia de que muchas de las actividades desarrolladas en clase son fuente de provechosas experiencias para los alumnos, lo que repercute seguramente en el desarrollo de su intelecto [34].
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Dentro de la clasificación realizada por Sanz [35], cabe puntualizar que aquellos conocimientos denominados culturales (apartado a)) justifican la incorporación de la intertextualidad para explicar su utilidad en la construcción de la competencia literaria. Ya hemos hablado de la existencia de un textum o gran maya universal, que no es sino el resultado de la interacción de los textos que integran un vasto discurso o “archidiscurso” en el que la dialéctica entre los textos y los contextos permite una variedad dialógica que convierte a la cultura en una categoría a través de los textos y los contextos que están en permanente comunicación. La naturaleza universal de esta dinámica intertextual convierte a los textos literarios y a la construcción de la competencia literaria en un instrumento clave para el desarrollo de la competencia literaria.
La literatura si bien es considerada como un conocimiento perteneciente al saber cultural, sólo se materializa a través de los actos de lectura y escritura para lo que requiere una serie de microhabilidades que suponen procesos, movimientos y operaciones que una vez activadas desde el conocimiento van a repercutir en éste. Sólo desde esta perspectiva podemos hablar de competencia literaria y no de literatura en el espacio textual. Dichas microhabilidades podemos resumirlas de la siguiente manera y han de ser tenidas en cuenta a la hora de elaborar aplicaciones didácticas enfocadas a trabajar la comprensión lectora en textos literarios para estudiantes de ELE :
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- Reconocimiento.
- Selección de información relevante.
- Resumen.
- Reconstrucción del contexto a partir del texto (inferencia).
- Relación con otros textos.
- Anticipación (futuribles de lectura).
- Creatividad lectora (interacción con el texto, reconstrucción en la interpretación, sedimento de la lectura que sirve de estímulo para la expresión escrita). [36]
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Ha llovido mucho desde la irrupción de las primeras formulaciones de los métodos comunicativos que desaconsejaban el empleo de la literatura por pensar que se encontraba alejada de los códigos habituales de lengua cotidiana por lo que al ser considerada como problemática restringía el uso de los textos literarios de ELE a una utilización estrictamente gramatical. Nosotros hemos querido a través de este artículo volver a subrayar y reflexionar en torno al potencial del texto literario y que a continuación sintetizamos a modo de conclusión:
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1. El texto literario es una fuente para el aprendizaje del código lingüístico en tanto que leer implica la habilidad para descodificar e interpretar un discurso en contexto.
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2. El texto literario contribuye asimismo a la construcción de la competencia cultural en tanto que refleja la realidad y el imaginario de los hablantes de una lengua en un momento determinado.
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3. A través de la lectura de textos literarios promovemos el desarrollo de la competencia intercultural ya que el texto literario contribuye a la construcción de un contexto que se ve ampliado con la lectura de otros textos literarios.
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4. A través de la lectura de textos literarios desarrollamos la competencia literaria de nuestros aprendientes cuya existencia queda justificada en tanto que implica la puesta en práctica de unos procesos y microhabilidades que se ponen en marcha a través de los actos de lectura y escritura.
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5. La lectura de textos literarios se erige entonces como un instrumento clave en la construcción de la competencia comunicativa de los estudiantes de ELE. El texto literario contribuye a la construcción de un contexto que permite leer más y más textos.
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6. Finalmente, la lectura de textos literarios repercute positivamente entonces en el desarrollo de la competencia discursiva que tal y como Celce-Murcia y Olhstain [37] han demostrado es la competencia más importante, en tanto que no sólo se relaciona con todas las destrezas y habilidades sino porque permite a través de la noción de discurso explicar la dinámica y las herramientas necesarias para la correcta construcción de contextos que en definitiva nos van a permitir seguir leyendo textos a través de los que poder mejorar nuestro conocimiento del componente cultural, desarrollar la competencia intercultural y en última instancia, la competencia comunicativa de nuestros alumnos.
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Notas:
[1] Las reflexiones planteadas en este artículo forman para de un trabajo de investigación que lleva por título Del contexto al texto. Reflexiones en torno al uso del texto literario en ELE (2004) y que incluye una aplicación didáctica en la que su autora pone en práctica las ideas plasmadas en el artículos a través de la elaboración de una edición crítica de un cuento del siglo XIX con su consiguiente explotación didáctica destinada al cada vez más creciente público universitario extranjero con un nivel intermedio o superior u nivel operativo eficaz (C1) en términos del Marco común europeo de referencia para las lenguas (2002). Nótese que tanto en el marco teórico, cuyas ideas principales quedan aquí plasmadas, como en la elaboración de la propuesta didáctica se ha atendido a la oferta del mercado de materiales para ELE posee de textos literarios. El trabajo de investigación incluye un capítulo en el que se muestran los resultado del análisis de este mercado. Esta memoria de investigación será publicada próximamente por el Instituto Cervantes en Red ELE.
[2] Roland Bathes, Roland Barthes, Paris, Seuil, 1979, pág. 84.
[3] Umberto Eco, “Autor y lector modelo”, Sullé, E., Teoría de la novela. Antología textos del siglo XX, Barcelona, Crítica, 2001, pág. 242.
[4] Andrés Mendoza Filolla , "El proceso de la recepción lectora", Conceptos clave de la didáctica de la lengua y la literatura, Barcelona, Universidad de Barcelona, 1995, pág.169.
[5] Dubin et al., Teaching second language for reading purposes, USA, Addison-Wesley Publishing Company, 1986.
[6] Smith define la memoria a largo plazo que según él consiste en “nuestro conocimiento más o menos estable del mundo”, frente a la memoria a corto plazo que es” un receptáculo transitorio para todo aquello que azarosamente atendemos en cualquier momento”. Véase en Frank Smith, Understanding reading: a psycolinguistic analysis of reading and learning to read, New York, Holt, Rinehart and Winston 1972, pág. 169.
[7] Magdalena Viramonte de Ávalos, Comprensión lectora. Dificultades estratégicas en resolución de preguntas inferenciales, Buenos Aires, Colihue, 2000.
[8] E. Sullé, Teoría de la novela. Antología textos del siglo XX, Barcelona, Crítica, 1982, pág. 253.
[9] G. Prince, “El narratario”, Teoría de la novela siglo XX, op. cit. 151.
[10] J. E. Martínez Fernández, La intertextualidad literaria, Madrid, Cátedra, 2002, pág.31.
[11] C. Nutall, Teaching reading skills in a foreign language, Oxford, Heinemann, 1989, pág. 4.
[12] Monique Denyer, 1999, La lectura una destreza cognitivamente activa, Madrid, Fundación Antonio de Nebrija, 1999, pág.26.
[13] Claudia Fernández y Marta Sanz, Principios Metodológicos de los Enfoques Comunicativos, Madrid, Fundación Antonio de Nebrija, 1997, pág. 26.
[14] Lourdes Miquel y Neus Sans distinguen entre “Cultura”, “cultura” y “kultura” , en Lourdes Miquel y Neus Sans, 1992, “El componente cultural: un ingrediente más de las clases de lengua”, en Cable Nº 9, 1992, págs. 15-21.
[15] La intertextualidad, op. cit. 2.
[16]La intertextualidad, op. cit. 31.
[17] La intertextualidad, op. cit. 37.
[18] M. Lotman y la escuela de Tartu, 1979, Semiótica de la cultura, Cátedra.
[19] La lectura una destreza cognitiva, op cit.
[20] Marta Sanz, "La literatura en el aula de ELE", Frecuencia- L, julio 2000, págs. 24-27.
[21] GeorgeYule, El lenguaje (trad. de Nuria Bel Rafecas), Cambridge, Cambridge University Press, 1998.
[22] Daniel Cassany et al., Enseñar lengua, Barcelona, Graó, 1994, pág. 35.
[23] Borja García Agustín Ramírez, La literatura en los límites de la enseñanza sociocultural. Realidad y propuesta (memoria de investigación para la obtención del título de Máster en enseñaza del Español como Lengua Extranjera (MEELE) en la Universidad Antonio de Nebrija), Madrid, 2000, pág.10.
[24] M. Celce-Murcia y E. Olhstain, Teaching English as a Second or Foreign Language, USA, Cambridge University Press, 1991.
[25] Podemos traducir en siguiente fragmento como: “Se presupone que sabemos que la lengua consiste en un tramo de discurso en un instante determinado en el que ponemos estos elementos de la lengua en uso.” en Teaching English, op. cit. 3.
[26] Celce-Murcia y Olshtain parten del modelo que Canale y Swain en M. Celce-Murcia y E. Olhstain, Discourse and context in language teaching. Guide for Language Teachers, USA, Cambridge University Press, 1980, pág. 7.
[27] Podemos traducir el fragmento de la siguiente manera: “Es en el discurso en donde todas las competencias se realizan. Y es en el discurso y a través de él que otras competencias pueden ser observadas, investigadas y valoradas.”; en Discourse and context, op. cit. 16.
[28] “La literatura en el aula de ELE”, op. cit.
[29] “La literatura en el aula de ELE”, op. cit. 7.
[30] “El componente cultural: un ingrediente más de las clases de lengua”, op. cit.
[31] Marta Sanz, “La construcción del componente cultural: enfoque comunicativo y literatura”, Actas de Expolingua, Madrid, 2005 (en prensa).
[32] “La construcción del componente cultural: enfoque comunicativo y literatura”, op. cit. (en prensa).
[33] Comprensión lectora, op. cit. 46-51.
[34] "La literatura en el aula de ELE", op. cit.
[35] “La construcción del componente cultural: enfoque comunicativo y literatura”, op. cit. (en prensa).
[36] “La construcción del componente cultural: enfoque comunicativo y literatura”, op. cit.
[37] Teaching English, op. cit.


* Luis Fernando García Núñez. Periodista y escritor colombiano. Profesor de las universidades Externado de Colombia, Nacional de Colombia, de los Andes, Javeriana y Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Correo electrónico: lfgn@hotmail.com
1 Semana, ed. 1152.
2 Ibid.
3 Véase Diógenes Fajardo Valenzuela. Coleccionistas de nubes. Ensayos sobre literatura colombiana. Bogotá, Imprenta Patriótica del Instituto Caro y Cuervo, 2002, pp. 173-188.
4 Ibid., pág. 176.
5 Ibid., p. 177.
6 Jorge García Usta. “Celia se pudre, el fin de la saga”, en Héctor Rojas Herazo, Celia se pudre, Bogotá, Ministerio de Cultura, 1998. Citado por Diógenes Fajardo, Ob. cit., p. 225.
7 Para hacer un seguimiento a las mujeres que han incursionado en la literatura colombiana, recomiendo el ensayo de María Mercedes Jaramillo y Betty Osorio de Negret, “Escritoras colombianas del siglo XX”, y el de Teresa Rozo-Moorhouse, “Las mujeres y la poesía”, en el tomo III de Las mujeres en la historia de Colombia, Santafé de Bogotá, Consejería Presidencial para la Política Social y Editorial Norma,S.A., 1995. También Ángela Inés Robledo, Betty Osorio y María Mercedes Jaramillo (compiladoras y editoras). Literatura y cultura. Narrativa colombiana del siglo XX, 1ª. ed., (3 vols.), Bogotá, Ministerio de Cultura, 2000, p. 54. Félix Ramiro Lozada Flórez. Literatura colombiana. Bogotá, Editorial Kimpres Ltda., 2001, y algunas de las más destacadas publicaciones periódicas como El Malpensante, Número, Puesto de Combate, Golpe de Dados, Libros & Letras, Thesaurus, Noticias Culturales, Pie de Página.
8 Luz Mary Giraldo. “Fin del siglo XX: por un nuevo lenguaje (1960-1996), en Ángela Inés Robledo, Betty Osorio y María Mercedes Jaramillo (compiladoras y editoras). Ob. cit., vol. II. Bogotá, Ministerio de Cultura, 2000, p. 19. Véanse también de Ariel Castillo Mier, “De Juan José Nieto al premio Nobel: la literatura del Caribe colombiano en las letras nacionales”, y de Jorge García Usta, “Los ‘bárbaros’ costeños y la modernización de las letras nacionales”, en Alberto Abello Vives (comp.), El Caribe en la nación colombiana –Memorias-, X Cátedra Anual de Historia “Ernesto Restrepo Tirado”, Bogotá, Museo Nacional de Colombia – Observatorio del Caribe Colombiano, 2006.
9 Félix Ramiro Lozada Flórez. Literatura colombiana. Bogotá, Editorial Kimpres Ltda., 2001, p. 93.
10 Ángela Inés Robledo, Betty Osorio y María Mercedes Jaramillo (compiladoras y editoras). Ob. cit., vol. I, “Estudio preliminar”. Bogotá, Ministerio de Cultura, 2000, p. 54.
11 Ibid., vol. II. Luz Mary Giraldo, “Fin del siglo XX: por un nuevo lenguaje (1960-1996)”, págs. 9-48.
12 Ángela Inés Robledo, Betty Osorio y María Mercedes Jaramillo (compiladoras y editoras). Ob. cit., vol. I, “Estudio preliminar”. Bogotá, Ministerio de Cultura, 2000.
13 Véase Fernando Cárdenas, “Lo que vendrá”, en Arcadia Libros (publicación de Semana), núm. 5 (2006), pp. 10-17.
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El Nº 3 de la Revista "Palabras Escritas" continuará (4ta. parte) en otro blog.
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